miércoles, 11 de julio de 2012

Carta al futuro presidente

Excelentísimo señor:
¡Cómo es posible que las personas que han dilapidado, que han gestionado mal, que han despilfarrado estos últimos años tanto dinero abusando de los cargos de confianza que se les han confiado, no tengan que rendir cuentas! El Estado, en lugar de indagar los orígenes del problema -como, por ejemplo, se hace en la muy recomendable película Margin Call-, respalda y refrenda la legitimidad de los responsables de forma pública y notoria, aportando a los bancos el dinero que es del conjunto de los contribuyentes. Las ganancias de la economía dirigida por los bancos se privatizan, pero las pérdidas se nacionalizan.
¡Cómo alguien puede ser obligado a entregar a los bancos su casa y, encima, tener que seguir pagando la hipoteca de Cinco metros cuadrados!
El Parlamento Europeo y la Comisión dictan normas de austeridad a todo el mundo, pero sus miembros gastan sin control. ¿Por qué no se rebajan los sueldos y se reúnen siempre en el mismo local en vez de andar paseando de un lado para otro con el enorme derroche que ello conlleva?
Los mandamases de las cajas, valiéndose de los privilegios que les otorga su puesto, hacen cosas que, tal vez sean legales, pero que a vista de todos resultan inmorales. La ley y la moral se dan, muchas veces, de patadas y se vuelven la espalda. Dicen algunos: «Son personas normales que cobran esos despidos o finiquitos porque así está estipulado en los estatutos y en sus contratos». El peligro está, precisamente, en que se vea como gente normal a quienes hacen estas cosas. Lo terrible es que, como dijo Hannah Arendt, «la maldad cometida por gente corriente es la norma». Por eso la gente se siente desprotegida. Si la legalidad es el criterio de los medios, la Justicia es el de los fines.
Se oye con frecuencia: «La casta política me da asco», no porque las masas no amen la Justicia o detesten a los líderes, sino porque el mundo que habitamos se parece, cada día más, a un artilugio hecho a la medida de políticos, banqueros, mafiosos, narcotraficantes, financieros, jueces. Dice una regla de sentido común que los privilegios de unos no se pueden mantener a costa de los derechos de otros. «La tradición de los oprimidos nos enseña que el estado de excepción [entiéndase corrupción] en que vivimos es, sin duda, la regla»: W. Benjamin.
¿Para qué mantener varias instituciones para hacer las cosas que una sola de ellas puede hacer sin dificultad? Con las autonomías se han duplicado, triplicado y multiplicado los entes sin necesidad, lo cual, según la escolástica y el sentido común, es una estupidez. El proceso de crisis convierte con frecuencia las instituciones en reliquias de lo que fueron y pierden su razón de ser. Algunas instituciones han dejado de cumplir la función que les asigna la Constitución y se han convertido en puras alegorías de lo que fueron. Las alegorías en el reino de las instituciones son lo que las ruinas en el reino de las cosas; se conservan para garantizar un seguro de empleo y un retiro dorado a políticos eliminados de otras listas.

Muchos diputados, durante toda la legislatura, no hacen más que sentarse en su escaño del Congreso y levantar o esconder la mano cuando su jefe de filas se lo ordena, como si fueran autómatas. Y sólo por ello disfrutarán de un retiro dorado.
Hay que limitar el número de diputados, reglamentar sus actuaciones y exigirles responsabilidades por sus actuaciones irresponsables. El sentir de buena parte del pueblo español es que se suprima el Senado porque, en lo que va de democracia, se está revelando como una institución perfectamente prescindible.
Con el coste del mantenimiento de varias universidades provinciales, a todas luces innecesarias, se podría potenciar la calidad de otras universidades y dar becas a los estudiantes que viven lejos de cualquiera de éstas. Algunas universidades y algunos centros de investigación sólo sacan a concurso plazas en los momentos oportunos para colocar en ellos a sus pupilos, lo que los convierte en nidos endogámicos nefastos para el progreso científico. Con la disculpa de fomentar la investigación de base, se subvencionan proyectos carentes del más mínimo interés para nadie. Con el único objetivo de satisfacer el prurito del autor, se editan libros con dinero público cuyo destino será ser atalayas de ratas en sótanos de edificios públicos.
En todo se puede meter la mano menos en Educación, Sanidad, pensiones e investigación. Pero los gastos en estas partidas se deben racionalizar. Los coches oficiales, las comidas de trabajo pagadas con dinero público y otras fruslerías son, en su mayoría, una corrupción y un despilfarro. A los políticos les preocupa menos ver a miles de jóvenes borrachos tirados en las calles que verlos reunidos protestando y sacándoles los colores.
El Movimiento ciudadano 15-M es un grito popular contra la corrupción y refleja enormes deseos de participación. Lo demás es pura fanfarria. Hay que reforzar las células base de la sociedad, maltrechas por maltratadas, cuya función social es insustituible. Las medidas que se tomen no pueden ser fruto de la improvisación sino del estudio y la reflexión.
La gente no puede vivir sin ver una posibilidad de salida, al albur de las ocurrencias de sus dirigentes, quienes muchas veces dan por solución una frase cursi sacada de novela rosa de ínfima calidad literaria. Es impresión general que los políticos se burlan de las pequeñas necesidades de la gente. «Esta ignorancia, común a todos ellos, porque sólo miran hacia dentro y desde dentro, los disculpa de comprenderlas», me dijo tiempo atrás un filósofo. Han de atreverse a contrastar y cruzar sus pareceres y sus visiones de las cosas con los que vienen y proceden de horizontes diferentes. Sin este contacto, los políticos estarán siempre incapacitados para atisbar lo importante y se dejarán llevar sólo por lo urgente.
Las sentencias que afectan la vida diaria de los ciudadanos son ajustadas a derecho, pero, es sospecha común, que las sentencias de consecuencias políticas se dictan bajo presión del poder. Criticar con argumentos las sentencias es justo y necesario pero no obedecer a los tribunales de Justicia, cosa que proclaman harán algunos políticos, es delictivo. Algunos bandidos despiertan simpatía en las masas porque traen a la memoria colectiva la imagen de Prometeo que luchó por dar a la humanidad lo que era exclusivo de los dioses; porque le hacen sentir la alegría de la ilusión de ser libres. El derecho considera al bandido, porque en realidad lo es, un peligro para el estatu quo.
No haga, por favor, como aquel personaje de Los miserables: «Estuve a punto de preguntarme: quién es ese hombre [él mismo] pero le tuve horror» y pregúntese por qué los españoles consideran a la clase política como uno de sus graves problemas. Los españoles les detestan por la corrupción y por los privilegios que se otorgan.
Es cierto, el poder de los políticos es cada día menor frente a alianzas de instituciones poderosísimas. Gracias al divorcio del poder y la política por desplazamiento de muchas funciones, antaño políticas, la soberanía está fraccionada entre varias organizaciones. Pero, al menos aparentemente, existe una coordinación perversa entre el capital financiero y las clases dominantes, entre el liberalismo salvaje y el poder. ¿Quién está detrás de las poderosas agencias de evaluación?
Usted no puede saber qué errores vayan a cometer sus designados antes de que éstos actúen. Pero en su mano está elegir para su Gobierno a gente de conducta ética y moral intachable, y de excelente formación, que sepan gestionar bien los recursos a su disposición y puedan hablar con solvencia y defender los intereses de nuestro país en los foros internacionales. No tenga miedo a que le hagan sombra. No hay recetas de acción infalibles. La buena imagen no es fruto de una comunicación ingeniosa sino de una buena y eficaz gestión.
Su labor será muy compleja por la crisis económica y porque cada ciudadano es libre para el bien y para el mal. Mi responsabilidad es mirar el mundo y hablar sobre él, la suya la que los españoles le van a encomendar porque confían en usted. Su éxito será el de todos.
Por Manuel Mandianes, antropólogo del CSIC y escritor. Autor del blog Diario nihilista (EL MUNDO, 18/11/11).

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