El predominio de las esteladas sobre las senyeras de toda la vida es notable en las fotografías. Y ése es el problema, el problema que tienen los del 3 o el 4 per cent: no pueden dominar a la criatura que ellos mismos han alimentado al llevar al poder a ERC, que no tenía la menor posibilidad de gobernar, para poder montar el pacto del Tinell. La obra de Pasqual Maragall fue arriesgada y de largo alcance:
1) poner a Zapatero en la secretaría general del PSOE, cosa que logró con varias importantes ayudas, la más trascendental de las cuales fue la de Trinidad Jiménez;
2) hacerle prometer un Estatut imposible antes de oler ni de cerca el poder;
3) hacer oídos sordos y boca muda ante el golpe de estado consiguiente al 11-M;
4) proponer el Estatut imposible y aprobarlo en escuálido referéndum (48,85% de participación; 73,24% de votos favorables: el 35,7% del censo);
5) hacer tragar el sapo a todos los legisladores del PSOE, incluido el jacobino Alfonso Guerra y apenas excluido Joaquín Leguina, que tuvo que hacerse un infarto para eludir semejante culpa;
6) decretar la morte civile del PP;
7) empezar a legislar como si el Estatut no hubiese sido recurrido por el PP y no estuviese en manos del TC;
8) funcionar siempre de manera inconsulta en nombre del pueblo catalán, que no es otra cosa que una clase política que, hoy mismo, está más separada que nunca del pueblo al que dice representar.
Y ahí se acabó Maragall, que poco antes de las últimas autonómicas dijo que aún no era tiempo de que un no catalán, como Montil·la, ocupara le presidencia de la Generalitat. No era falta de visión: era que lo habían dejado fuera.
1) poner a Zapatero en la secretaría general del PSOE, cosa que logró con varias importantes ayudas, la más trascendental de las cuales fue la de Trinidad Jiménez;
2) hacerle prometer un Estatut imposible antes de oler ni de cerca el poder;
3) hacer oídos sordos y boca muda ante el golpe de estado consiguiente al 11-M;
4) proponer el Estatut imposible y aprobarlo en escuálido referéndum (48,85% de participación; 73,24% de votos favorables: el 35,7% del censo);
5) hacer tragar el sapo a todos los legisladores del PSOE, incluido el jacobino Alfonso Guerra y apenas excluido Joaquín Leguina, que tuvo que hacerse un infarto para eludir semejante culpa;
6) decretar la morte civile del PP;
7) empezar a legislar como si el Estatut no hubiese sido recurrido por el PP y no estuviese en manos del TC;
8) funcionar siempre de manera inconsulta en nombre del pueblo catalán, que no es otra cosa que una clase política que, hoy mismo, está más separada que nunca del pueblo al que dice representar.
Y ahí se acabó Maragall, que poco antes de las últimas autonómicas dijo que aún no era tiempo de que un no catalán, como Montil·la, ocupara le presidencia de la Generalitat. No era falta de visión: era que lo habían dejado fuera.
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