sábado, 24 de abril de 2010

Saber historia no sirve para nada pero el que no sabe historia no sabe nada.


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Llevado al absurdo, lo que en ocasiones ayuda a recomponer la inteligencia, la diferencia de una dictadura como la franquista y una democracia, aunque sea tan imperfecta como la nuestra, reside en que en las dictaduras no caben los partidos políticos y, por el contrario, en las democracias pueden existir, y hasta disfrutar de subvenciones públicas si alcanzaron el suficiente porcentaje de votos, organizaciones como Falange. Por eso resulta escandaloso que los apasionados defensores de Garzón, muy dueños de serlo, hayan venido descalificando la denuncia falangista no por su contenido, sino por el membrete del papel que la soporta.
Entra todo esto en el ruido, aparentemente provocado e inducido -nada natural-, de las dos Españas enfrentadas entre sí. Algo superado que el zapaterismo ha reverdecido en su propio interés, como máscara y disimulo de su ineficacia. Para quitarle hierro y dolor a tan insensata situación, me permito evocar a Robert Burns, un poeta escocés del XVIII, al que sus paisanos recuerdan únicamente como autor de la letra de una canción -Auld Lang Syne- que, todavía hoy, cantan en las fiestas de despedida. Algo parecido a nuestro «adiós con el corazón, que con el alma no puedo». Burns era un rebelde y acuñó unos versos para bendecir la mesa que molestaron mucho a los calvinistas y, en general, a las gentes de orden de su tiempo. La traigo aquí a manera de bálsamo lenitivo del escozor nacional reinante: «Unos tienen carne y no quieren comerla, / otros, no teniéndola, la quisieran. / Nosotros, que la tenemos y la queremos, / al Señor damos gracias por ella». Es decir, en referencia al abrumador y cansino aire perdonavidas de la izquierda propietaria de la verdad: come y calla. (Martín Ferrand).

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