Escribe GERMÁN YANKE: "Cuando los asesores electorales del presidente Rodríguez Zapatero inventaron lo de ZP (que aludía tanto a su apellido como al mensaje Zapatero Presidente) e idearon una campaña que parecía colocar en el mercado más una marca que un programa político, hubo quienes, en el campo socialista se llevaron las manos a la cabeza. Unos se negaban a que un proyecto político, del que poco antes se había tratado de vender su antigüedad de cien años, se convirtiera en una operación de marketing, más aún, en una marca personal en la que los colores, el peinado, el traje y los modos del candidato eran el elemento fundamental.
Se trataba de un paso adelante, sin duda, en las técnicas publicitarias de las campañas políticas, que nada tenía que ver incluso con la presentación pública de Felipe González, a pesar del impacto de su personalidad y maneras en el electorado socialista. González significaba «el cambio» y hasta la derecha podía enumerar alguno de sus contenidos políticos. Rodríguez Zapatero significaba, simplemente, ZP, una sorpresa en el escenario de la política que, sin más, podía ser presidente. Otros, aun quejosos, admitían que, en los nuevos tiempos de la imagen y las marcas, el procedimiento ideado por los publicistas podía tener éxito aunque, tras las elecciones, habría que volver al programa y al viejo, aunque actualizado, proyecto centenario del PSOE.
Gobierno «radical»
Durante la pasada legislatura, el PP ha tachado la acción del Gobierno de «radical», pero no ha sido el único. También en la izquierda, aunque no siempre significando lo mismo, se han escuchado a menudo quejas basadas en el supuesto de que una política que podía considerarse radical en algunas cuestiones abandonaba las tradicionales aspiraciones sociales y la utilización de los recursos presupuestarios en favor de los grupos más desfavorecidos. Más igualdad, más Estado del Bienestar, se venía a decir, y menos continuidad de la política económica heredada de la derecha y menos empeño en modificar el modelo de Estado bajo la presión nacionalista y las tensiones «identitarias».
Parecía que la última campaña, avanzada ya con la marca del «Gobierno de España» proveyendo asistencia y soluciones en múltiples campos modificaba el planteamiento pero, en cuanto se renovó la confianza en las urnas al PSOE, vuelve a presentarse al presidente Zapatero como el hacedor único, con un partido en el que los acallados disidentes han sido abducidos y un Gobierno a su entera medida, de un programa a su imagen y semejanza, es decir, que responda a su imagen de marca.
ZP es ahora el proyecto de desarrollo científico (sin un programa educativo serio y unas propuestas económicas realistas), de la igualdad (entre hombres y mujeres, sin un proyecto solvente para la Justicia y la prevalencia de los derechos ciudadanos) y la nebulosa de la lucha contra el cambio climático en un país que ni se ha tomado en serio el acuerdo de Kyoto ni ha resuelto asuntos tan elementales como el del agua.
A la postre, la imagen y el marketing han devenido la ideología. Durante la primera legislatura, el «pensamiento» socialista ha sido la resultante de la negociación y no una conclusión ideológica: un «pacto» con el resto de la izquierda o con los nacionalistas es lo que de verdad se quería y constituía, además, la posibilidad de que «todos» -los elegidos- estuvieran contentos. Había más «talante», sea eso lo que fuera, que socialdemocracia. No se cedía, porque no había un planteamiento intelectual previo, sino la búsqueda de un acuerdo, la preponderancia de una marca que dejara fuera de la feria del marketing, y de la pedagogía, a la derecha. Le salió bien, sobre todo por culpa de la derecha, que creyó que levantando la voz se dejaban de ver las luces de neón.
Ahora, ya casi sin nadie con quien pactar, el PSOE no vuelve a una doctrina, la de siempre o la renovada, sino a una nueva operación de mercadotecnia basada en la modernidad pero falta de una sostenida posición ideológica: igualdad de género y medidas asistenciales iguales para los ricos y los pobres, una economía tecnológica sin fundamentos educativos ni separación de poderes, lucha contra el cambio climático sin criterios para el agua o el precio de los alimentos. En el PP se desgañitan preguntándose por qué tanto fervor con las ministras y tanta crítica a su elección de una mujer como portavoz parlamentario, pero no son factores comparables. La derecha está en el ruido y el barullo ideológico. La izquierda, abandonada la ideología, en el marketing. Si alguien quiere algo, se le dice -como si se tratase de un anuncio- ZP".
Se trataba de un paso adelante, sin duda, en las técnicas publicitarias de las campañas políticas, que nada tenía que ver incluso con la presentación pública de Felipe González, a pesar del impacto de su personalidad y maneras en el electorado socialista. González significaba «el cambio» y hasta la derecha podía enumerar alguno de sus contenidos políticos. Rodríguez Zapatero significaba, simplemente, ZP, una sorpresa en el escenario de la política que, sin más, podía ser presidente. Otros, aun quejosos, admitían que, en los nuevos tiempos de la imagen y las marcas, el procedimiento ideado por los publicistas podía tener éxito aunque, tras las elecciones, habría que volver al programa y al viejo, aunque actualizado, proyecto centenario del PSOE.
Gobierno «radical»
Durante la pasada legislatura, el PP ha tachado la acción del Gobierno de «radical», pero no ha sido el único. También en la izquierda, aunque no siempre significando lo mismo, se han escuchado a menudo quejas basadas en el supuesto de que una política que podía considerarse radical en algunas cuestiones abandonaba las tradicionales aspiraciones sociales y la utilización de los recursos presupuestarios en favor de los grupos más desfavorecidos. Más igualdad, más Estado del Bienestar, se venía a decir, y menos continuidad de la política económica heredada de la derecha y menos empeño en modificar el modelo de Estado bajo la presión nacionalista y las tensiones «identitarias».
Parecía que la última campaña, avanzada ya con la marca del «Gobierno de España» proveyendo asistencia y soluciones en múltiples campos modificaba el planteamiento pero, en cuanto se renovó la confianza en las urnas al PSOE, vuelve a presentarse al presidente Zapatero como el hacedor único, con un partido en el que los acallados disidentes han sido abducidos y un Gobierno a su entera medida, de un programa a su imagen y semejanza, es decir, que responda a su imagen de marca.
ZP es ahora el proyecto de desarrollo científico (sin un programa educativo serio y unas propuestas económicas realistas), de la igualdad (entre hombres y mujeres, sin un proyecto solvente para la Justicia y la prevalencia de los derechos ciudadanos) y la nebulosa de la lucha contra el cambio climático en un país que ni se ha tomado en serio el acuerdo de Kyoto ni ha resuelto asuntos tan elementales como el del agua.
A la postre, la imagen y el marketing han devenido la ideología. Durante la primera legislatura, el «pensamiento» socialista ha sido la resultante de la negociación y no una conclusión ideológica: un «pacto» con el resto de la izquierda o con los nacionalistas es lo que de verdad se quería y constituía, además, la posibilidad de que «todos» -los elegidos- estuvieran contentos. Había más «talante», sea eso lo que fuera, que socialdemocracia. No se cedía, porque no había un planteamiento intelectual previo, sino la búsqueda de un acuerdo, la preponderancia de una marca que dejara fuera de la feria del marketing, y de la pedagogía, a la derecha. Le salió bien, sobre todo por culpa de la derecha, que creyó que levantando la voz se dejaban de ver las luces de neón.
Ahora, ya casi sin nadie con quien pactar, el PSOE no vuelve a una doctrina, la de siempre o la renovada, sino a una nueva operación de mercadotecnia basada en la modernidad pero falta de una sostenida posición ideológica: igualdad de género y medidas asistenciales iguales para los ricos y los pobres, una economía tecnológica sin fundamentos educativos ni separación de poderes, lucha contra el cambio climático sin criterios para el agua o el precio de los alimentos. En el PP se desgañitan preguntándose por qué tanto fervor con las ministras y tanta crítica a su elección de una mujer como portavoz parlamentario, pero no son factores comparables. La derecha está en el ruido y el barullo ideológico. La izquierda, abandonada la ideología, en el marketing. Si alguien quiere algo, se le dice -como si se tratase de un anuncio- ZP".
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