Todo estudiante de Economía debería conocer la paradoja clásica del agua y los diamantes con la que se ilustra la formación de precios. El agua, imprescindible para vivir, es casi gratis porque se supone abundante, mientras que los diamantes, completamente superfluos aunque extraordinariamente bellos, son muy caros por su rareza intrínseca.
Todo el mundo ha oído hablar de ella, menos los distintos gobiernos españoles -central, autonómicos o locales-.
Llevamos años discutiendo de agua, trasvases, conducciones y desaladoras, pero reto a cualquiera a que me diga a cuánto está el metro cúbico de agua. Lo cierto es que el agua potable y disponible al abrir el grifo no es tan abundante, pero seguimos tratándola como tal.
Lo mismo ocurre con el agua para el riego, la agricultura, la ganadería.
Todos reclaman su derecho a disponer del agua en condiciones ilimitadas invocando derechos de propiedad históricos o territoriales.
Los Imperios Autonómicos han eliminado “de facto” instituciones seculares que han demostrado su eficacia en la gestión de un bien escaso, como las confederaciones hidrográficas. Lo han hecho porque son supra autonómicas, solidarias, racionales… pero no identitarias.
La irracionalidad se impone y aborta una explotación económicamente racional de un recurso natural cuya gestión eficiente hubiera permitido el crecimiento económico y el desarrollo propio (aunque también del rival vecino).
El agua del Ebro es de los Santanderinos. El agua del Ebro de los Riojanos. El Agua del Ebro de los Navarros. El Agua del Ebro de los Aragoneses. El Agua del Ebro de los Catalanes. El Agua del Ebro de los de Tarragona, no al trasvase del Ebro a Barcelona.
La pena es que ha llovido. Y es una pena, porque sólo una crisis mayor provocará la necesaria catarsis y nos obligará a tratar el agua como se merece, como un recurso escaso que sólo puede distribuirse de manera racional, eficiente y desapasionada a través de un sistema de precios de mercado.
Sin una sequía que castigue electoralmente al partido en el Gobierno nunca hablaremos en serio del precio del agua ni dejaremos a los consumidores que decidan libremente a qué la quieren dedicar. Si regar un campo de golf es más rentable, si crea más riqueza y empleo que regar un campo de cereales, pues adelante que para eso vivimos en una nación de ciudadanos y no de súbditos.
Otra cosa distinta es que el Gobierno quiera y pueda usar los recursos públicos para mantener el nivel de vida de unos ciudadanos concretos, los agricultores, o que quiera subsidiar el consumo de determinados grupos sociales.
Pero no se puede seguir en donde estamos.
Ahorro es también almacenar lo que sobra para cuando hace falta, ahorro es compartir lo que sobra con quién lo necesita. La racionalidad exige inteligencia, la pasión la emborrona y la ignorancia la anula.
¡Quién pueda y deba entender, que entienda!. No hacerlo es pan para hoy y hambre para mañana y para siempre….
Todo el mundo ha oído hablar de ella, menos los distintos gobiernos españoles -central, autonómicos o locales-.
Llevamos años discutiendo de agua, trasvases, conducciones y desaladoras, pero reto a cualquiera a que me diga a cuánto está el metro cúbico de agua. Lo cierto es que el agua potable y disponible al abrir el grifo no es tan abundante, pero seguimos tratándola como tal.
Lo mismo ocurre con el agua para el riego, la agricultura, la ganadería.
Todos reclaman su derecho a disponer del agua en condiciones ilimitadas invocando derechos de propiedad históricos o territoriales.
Los Imperios Autonómicos han eliminado “de facto” instituciones seculares que han demostrado su eficacia en la gestión de un bien escaso, como las confederaciones hidrográficas. Lo han hecho porque son supra autonómicas, solidarias, racionales… pero no identitarias.
La irracionalidad se impone y aborta una explotación económicamente racional de un recurso natural cuya gestión eficiente hubiera permitido el crecimiento económico y el desarrollo propio (aunque también del rival vecino).
El agua del Ebro es de los Santanderinos. El agua del Ebro de los Riojanos. El Agua del Ebro de los Navarros. El Agua del Ebro de los Aragoneses. El Agua del Ebro de los Catalanes. El Agua del Ebro de los de Tarragona, no al trasvase del Ebro a Barcelona.
La pena es que ha llovido. Y es una pena, porque sólo una crisis mayor provocará la necesaria catarsis y nos obligará a tratar el agua como se merece, como un recurso escaso que sólo puede distribuirse de manera racional, eficiente y desapasionada a través de un sistema de precios de mercado.
Sin una sequía que castigue electoralmente al partido en el Gobierno nunca hablaremos en serio del precio del agua ni dejaremos a los consumidores que decidan libremente a qué la quieren dedicar. Si regar un campo de golf es más rentable, si crea más riqueza y empleo que regar un campo de cereales, pues adelante que para eso vivimos en una nación de ciudadanos y no de súbditos.
Otra cosa distinta es que el Gobierno quiera y pueda usar los recursos públicos para mantener el nivel de vida de unos ciudadanos concretos, los agricultores, o que quiera subsidiar el consumo de determinados grupos sociales.
Pero no se puede seguir en donde estamos.
Ahorro es también almacenar lo que sobra para cuando hace falta, ahorro es compartir lo que sobra con quién lo necesita. La racionalidad exige inteligencia, la pasión la emborrona y la ignorancia la anula.
¡Quién pueda y deba entender, que entienda!. No hacerlo es pan para hoy y hambre para mañana y para siempre….
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