La "telebasura" es una forma de televisión: explota el morbo, sensacionalismo y escándalo para aumentar la audiencia. Se define por los asuntos que trata, por los personajes que coloca en primer plano, y por el enfoque distorsionado al que recurre para tratar dichos asuntos y personajes.
Quienes la promueven utilizan cualquier tema o acontecimiento como mera excusa para tintarlos con los elementos básicos: sexo, violencia, sensiblería, humor grueso, superstición. Con una hipócrita preocupación de denuncia de situaciones: se regodea con el sufrimiento, la exhibición gratuita de sentimientos y la intromisión en los comportamientos íntimos.
La telebasura es desinformación y un obstáculo para el desarrollo de una opinión publica libre y fundamentada, ya que proporciona:
- Explicaciones sencillas y comprensibles de los asuntos más complejos, pero simplistas, parciales o interesadas.
- Suele presentar, demagógicamente, todas las opiniones como equivalentes, independientemente de los conocimientos sobre los que se sustentan o de sus fundamentos éticos.
- Realiza supuestos debates y encuestas (simulacros de los verdaderos debates y encuestas) que lejos de arrojar luz sobre los problemas, contribuyen a consolidar la idea del "todo vale" y el número como criterio de la verdad.
- Mezcla ciencia, esoterismo, mensajes milagreros y fenómenos paranormales, todos presentados de forma acrítica y en el mismo plano de realidad que los argumentos científicos.
- Desprecia derechos fundamentales como el honor, la intimidad, el respeto, la veracidad o la presunción de inocencia, cuya conculcación no puede defenderse en ningún caso apelando a la libertad de expresión.
- Formula "juicios paralelos e infundados".
- Enuncia suouestos escándalos, presentando testimonios supuestamente verdaderos pero que en realidad provienen de "invitados profesionales".
- Todo es trivialidad, sus protagonistas son los personajes del mundo rosa; sus nimiedades y conflictos sentimentales son tratados con reiteración.
- Practica el halago fácil al espectador y el gusto por el sensacionalismo.
- Todo lo invade impidiendo el mantenimiento o la aparición en las parrillas de otros modelos de información mas respetuosos con la verdad y con el interés social.
La televisión en España, por su actual programación, está convirtiendo a los niños en “analfabetos audiovisuales” (Informe del Consejo Audiovisual de Cataluña, “libro blanco”, presentado el 20 de enero de 2004.
José Manuel Pérez Tornero, profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona, responsable del informe, dio a conocer un dato preocupante: los niños entre los 4 y 12 años pasan más horas frente al televisor que en sus propios colegios (una media de 990 horas anuales frente a las 960 en las que reciben la enseñanza).
En los centros educativos se pretende que sean personas capaces, inteligentes y dignas de una sociedad regida por seres racionales y adecuadas normas de conducta, lo que la “telebasura” pretende ignorar por completo.
El libro blanco sobre “La educación en el entorno audiovisual” muestra como esos niños son avasallados por la “caja de la basura” en horarios que van entre las 21 y 24 horas, cuando se presentan los más denigrantes y destructivos programas.
No es de extrañarque España esté atravesando por uno de los más “precarios periodos escolares, en donde destacan el bajo rendimiento, las malas maneras y las groserías de los niños, con el agravante de pésimas notas, que se muestran encantados de estar imitando a quienes desde la televisión se expresan con base a tacos y presentan unos espectáculos que ofenden al oído e, incluso, al mismo olfato, porque son programas que apestan”.
Pérez Tornero, afirmó que se está viviendo una lamentable época en detrimento de los menores. “Lo que hace la escuela durante el día lo deshace la televisión durante la noche”.
“Si la escuela enseña el valor del esfuerzo y la constancia, la televisión potencia una visión del mundo en que cualquier deseo parece estar al alcance de la mano”, afirma el “libro blanco”.
Entre las 21 y las 24 horas aparentemente existe “un horario protegido”, pero también lo es que a lo largo del día, las televisiones públicas y privadas –preferentemente estas últimas- presentan unos programas que además de estar hechos con la mayor chabacanería, constituyen un insulto a la inteligencia y a las buenas maneras y modales. “Es una programación podrida en donde todo huele mal y en donde las escenas de mal gusto se repiten, una tras otras, en las distintas cadenas, sin que ninguno de sus directores se preocupe por evitarlo y por exigir que ese modelo de `telebasura` se acabe”, dijo un portavoz de la entidad encargada de defender al televidente.
Como promedio, un menor pasa 19 horas semanales viendo la pésima y destructiva televisión, y a ello hay que sumarle otras 11 horas que se destinan a los videojuegos y al ordenador. Es decir que, lamentablemente, en vez de existir en ellos y en sus propios padres una preocupación por la adecuada instrucción y porque aprendan cosas útiles, se pierden en “escarbar las inmundicias televisivas”.
El informe señala que programas como “Operación Triunfo”, “Ana y los Siete” y el putrefacto “Gran Hermano”, se convierten en “los espacios preferidos por los niños” y que el consumo audiovisual de los menores “se realiza, mayoritariamente, fuera de cualquier control adulto”. Ninguno de esos tres programas tiene nada que ver con niños. Además de traspasar descaradamente los niveles del mal gusto y de la utilización de un correcto lenguaje, constituyen a juicio de muchos críticos, una “ofensa para cualquier televidente”.
El “libro blanco” resalta otra cifra: entre un 43 y un 50 por ciento de los alumnos de la ESO dispone de un aparato de televisión en su habitación, “especialmente para liberar al uso adulto el televisor de la sala de estar”.
La vicepresidenta del CAC, Victoria Camps, que también fue diputada, afirmó durante la presentación del “libro blanco” que “el problema no es cuánto se mira sino qué y cómo se mira”. El propósito del CAC es promover que la escuela eduque a los niños para que tengan “una mirada crítica” frente a la televisión y no el de crear, como ahora está ocurriendo, ”analfabetos audiovisuales”. Por eso, como dijo Camps, el CAC apela a los padres de familia para que “controlen la dieta televisiva de sus hijos igual que controlan la alimentaria”.
También en el informe se indica que entre 1999-2000 las televisiones de programación general dedicaron únicamente un 10,3 por ciento a los espacios infantiles, pero lo que es peor, entre 2001-2002, ese mínimo porcentaje se redujo aún más, en tres puntos, hasta alcanzar un ridículo 7,3 por ciento. Y, debe señalarse, además, que muchos de los programas de dibujos animados no son ni siquiera aptos para niños y que se utiliza en ellos un lenguaje lleno de groserías y de palabras mal sonantes.
Por ello, el CAC aconseja la “creación de canales infantiles y educativos en abierto, la redacción de la carta ciudadana de derechos ante los medios y códigos de autorregulación sobre contenidos de riesgo”, para evitar que continúe incrementándose el avasallamiento de la “telebasura” hacia los niños.
También los mayores están continuamente bombardeados con esos esperpénticos programas rosas, del corazón, de crónicas marcianas, de gran hermano, de tómbola y otros de su misma desfachatez y sin ninguna calidad en donde participa una fauna de asqueantes personas que se parecen más a los animales por su incapacidad e ignorancia para dialogar civilizadamente y sus demostraciones grotescas.
Pero los propios directivos de la televisión y el mismo gobierno deben, porque están obligados a ello, defender a los niños y no seguir permitiendo esa clase de “telebasura” que a ellos mismos los degrada y los rebaja a la categoría de “ignorantes e incompetentes” por permitir ese abuso y convertir lo que debe ser un espectáculo de entretención, de aprendizaje, de buenas maneras y buenas palabras en uno de tan bajísimo nivel que ofende a la inteligencia y a la cultura. Porque los ya mencionados y muchísimos otros programas constituyen una auténtica degradación al buen gusto.
La escalada de programas dedicados a hablar de famosos de tercera, cuarta y quinta fila, directamente salidos en muchos casos del mundo de la delincuencia o de la prostitución, con sus escándalos y montajes cada vez más inverosímiles, ha llevado el descrédito televisivo hasta límites tan alarmantes que incluso el presidente del gobierno se ha pronunciado sobre el tema.
Es a principios de los noventa cuando empiezan a entrar en las parrillas de programación los denominados reality shows, programas que por primera vez mostraban en España las miserias de ciudadanos anónimos para nutrir a millones de espectadores.
Nutrir una curiosidad morbosa, algo inherente al propio ser humano, pero que estos programas ofertaron sin ningún tapujo ni pudor. Cada día se esmeraban más en elaborar una cuidada y minuciosa puesta en escena; los periodistas de la época interrogaban a sus invitados mientras los distintos planos y la música ambiente acentuaban el dramatismo de lo contado.
La gota que colmó el vaso y que desató el fenómeno televisivo actual fue el denominado caso de "las niñas de Alcásser". Tras meses y meses de investigación, durante los cuales estos espacios televisivos dedicaban gran parte de su contenido (tanto que el suceso formaba ya parte de nuestras vidas), aparecieron los cuerpos de las tres adolescentes enterrados. Ese mismo día, los dos canales más fuertes del momento, Televisión Española y Antena 3, contraprogramaron un especial abordando el trágico desenlace. No solo eso, Antena 3 improvisó un plato en un salón del pueblo para que los ejecutivos de la cadena y Nieves Herrero tocasen su techo profesional.
Como invitados los familiares de las tres víctimas, abatidos y sin capacidad de reacción ante el tremendo golpe que les acababa de dar la vida. Uno de los momentos álgidos de la noche se vive cuando entra en escena la periodista Olga Viza anunciando la detención de los presuntos sospechosos. Al instante, el público formado por la gente del pueblo, vitoreaba proclamas a favor de la pena de muerte, muy al estilo de aquellos ajusticiamientos populares de antaño, independientemente de si realmente eran los autores materiales del crimen (más tarde se vio que quien fue apresado en un primer momento fue un hermano de Antonio Anglés).
A partir de entonces ya no nos extrañaba ver a periodistas revoloteando alrededor de la carroña; tras un atentado terrorista, muchos reporteros aguardaban a los familiares de la víctima en los portales de sus viviendas para captar la mejor instantánea o la más desgarradora de las declaraciones. Sin ir más lejos, la primera noticia que tuvo el padre de Miguel Ángel Blanco acerca del secuestro de su hijo fue "gracias" a los periodistas que le abordaron a la puerta de su casa.
Pero la gente quería más, y la televisión es un mundo que funciona al ritmo de la actualidad, por lo que había que renovar los contenidos. El nuevo filón se encontraba en el mundo rosa. El glamour de los famosos, sus excentricidades y sobre todo la posibilidad de adentrarse en sus intimidades y ver que no son tan distintos de nosotros generó una nueva fiebre mediática.
El mundo del corazón empezó poco a poco a ocupar las sobremesas en las parrillas de programación, una especie de avanzadilla para lo que sería el ataque definitivo. Junto a ello, las tardes se llenaron de magazines en donde las confesiones de maltratos, engaños amorosos u orientaciones sexuales circunscribían la televisión a un público concreto.
El golpe de efecto lo dio el canal autonómico valenciano Canal 9 con Tómbola, algo así como el tercer grado del famoseo. Lo peor de todo era la pretensión, aún latente, de convertir esos debates en asuntos de interés nacional, mediante la constante reivindicación por parte de los periodistas de su papel en el mundo de la información.
A Tómbola le siguieron, cómo no, infinidad de imitadores a lo largo y ancho del panorama nacional, ya no sólo en televisión, sino en prensa escrita. Ello provocó que en algunas cámaras autonómicas se debatiera acerca de la telebasura. En la Comunidad de Madrid, la por entonces socialista Cristina Almeida reprochaba al también por aquel entonces presidente de la Comunidad Alberto Ruiz Gallardón, la proliferación de estos espacios en la cadena pública TeleMadrid. El popular replicó a ésta si la telebasura a la que se refería ella eran los programas a los que acudía habitualmente como invitada (citando cadena, día y hora de emisión).
A partir de entonces se abrió la veda. Como si hubiesen firmado un cheque en blanco, los famosos eran perseguidos día y noche. Lo cierto es que la Constitución alude a este fenómeno. De esta forma aquellas personas que por su situación personal o laboral tengan una relevancia de cara al público tienen que soportar esta pequeña carga. Una carga que supone la pérdida del anonimato que todos los demás ciudadanos aún preservamos, pero ni mucho menos el acoso que sufren la mayor parte del tiempo.
El siguiente paso la productora Globomedia y Tele 5 lanzaban un programa televisivo a modo de ensayo sociológico: Gran Hermano. De resonancias orwellianas, Gran Hermano consiste en grabar veinticuatro horas al día la convivencia de varias personas dentro de una casa, totalmente incomunicados con el mundo exterior.
En poco tiempo, junto a los rostros que asociábamos con este mundillo se sumaron el de otros totalmente desconocidos, llegando a monopolizar los medios de comunicación de tal forma que sus vidas eran desmenuzadas paralelamente en las distintas cadenas. De esta forma, incluso la vida de completos desconocidos eran (y lo son) objeto de adoración.
Ya no nos extrañamos de que secretarias o chóferes hagan públicas los devaneos de aquellos a quienes sirvieron en alguna ocasión, constantemente y en cualquier momento. Todo porque hay un público demandante de este tipo de emociones, enganchado al tráfico sentimental. Hace años eran los toros, después vino el fútbol, y ahora, el nuevo ungüento para calmar a las masas y cegarlas ante los verdaderos problemas de la realidad.
El proceso del negocio es sencillo: las cadenas de televisión necesitan contenidos para atraer audiencias que, a su vez, generen ingresos publicitarios. Cuanto más barata sea la producción de programas, más rentable es el negocio, sobre todo si llegan a abarcar cuatro horas de programación de máxima audiencia. Hasta ahí todo correcto.
El problema empieza cuando un medio, de servicio público, ofrece contenidos incompatible con la audiencia de la franja horaria, cuando los contenidos atentan contra la imagen, la dignidad o los derechos de terceras personas, o cuando se traspasan ciertas barreras éticas y morales y posiblemente legales.
No entraremos a describir el sencillo mecanismo de espiral retroalimentada del que viven todos estos individuos, pues además de bien conocido, podríamos llegar a alcanzar el pleno empleo en España.
El problema es que estos individuos se han profesionalizado y pueden despertar la vocación a otros muchos. Personajillos, que para seguir en la picota, se rodean de más abogados que los narcotraficantes gallegos o colombianos, porque se han profesionalizado en el fraude, la injuria, la calumnia, la difamación, en definitiva, en el delito. Se han convertido en expertos en el lanzamiento de rumores, en mercaderes de desgracias o debilidades propias y ajenas, en traficantes de intimidades y en exponentes de las mayores miserias humanas. Fomentan el acceso inmediato a la fama a través de la mentira, el sexo fácil y gratuito, el dinero y la ausencia total de valores y de moral. Buena base para una función socialmente útil del servicio público de las cadenas de televisión. Urge la creación de un CONSEJO AUDIOVISUAL con competencias para recordar, entre otras cosas, a las cadenas las condiciones de servicio público implícitas en la concesión de las licencias.
La regla es que no hay límites para hacer negocio: con la vida, la muerte, los niños, el suicidio, los abortos, la prostitución, el número de polvos o de famosos pasados por la cama, las drogodependencias, matrimonios de conveniencia, los malos tratos, el dinero negro, las infidelidades, la perversión de menores, la política,...... todo vale.
En un principio, los implicados en el circo, tenía la vergüenza de ocultar que eran montajes. Lo descarado de esta situación es que ahora reconocen que lo organizan para que "periodistas" y personajillos vivan los unos de los otros retroalimentando la espiral.
Estamos hablando de programas donde todo está amañado y manipulado, donde existe connivencia entre las partes con perjuicio para terceros, y que al no tratarse de programas de ficción, no dejan de ser un fraude a la audiencia, una estafa. En algunos programas se llega a contratan actores. A los espectadores se les está vendiendo que lo que ven es algo espontáneo o natural. Programas concebidos y desarrollados por productoras para explotar hasta el último resquicio del proceso de comercialización. Producciones donde todo está previsto y firmado bajo férreas condiciones contractuales, en las que los contertulios y concursantes se provocan e insultan, siempre según guión, y que terminan paseándose por todos y cada uno de los programas de la cadena.
Algunos de estos fraudes de ley deberían ser perseguidos de oficio. Lo mismo ocurre con el que airea a los cuatro vientos que cometió un delito de suicidio en grado de tentativa, con los que difunden grabaciones, de aspectos íntimos y privados, realizadas y difundidas sin consentimiento de las partes involucradas, con las que imputan falsas paternidades a ciertas personas por el hecho de ser famosos, con los que presentan denuncias falsas, con los que dan las siglas de nombres con las que puede relacionarse a muchas personas, con los que comercian con los malos tratos padecidos para aumentar la tarifa de sus comparecencias o por posar desnuda en una revista o con los que contraen un matrimonio de conveniencia. Además este tipo de intenciones deberían ser consideradas por los jueces para no admitir, en posteriores ocasiones, cierto tipo de denuncias o para dar algún escarmiento, además dejar sentada jurisprudencia.
Otro aspecto perseguible, es la impunidad con la que cualquier personajillo, que ya no tienen nada que perder, involucra a terceras personas, que nada tienen que ver con este montaje, con graves perjuicios para la imagen y el honor, pero que retroalimenta esta absurda cadena.
La Administración de Justicia debería centrarse en defender a las víctimas de este circo y en aplicarse en el castigo a estos defraudadores, porque la sensación reinante es que está perdiendo el tiempo y el dinero de los contribuyentes. Atender un solo caso fraudulento de estos, además de apoyar el circo mediático, es contribuir a dar credibilidad al fraude.
En contra de lo que digan los promotores de la "telebasura" y demás responsables de medios de comunicación y de sus contenidos, los españoles no podemos elegir los programas que vemos. La única alternativa es ver lo que hay o apagar la televisión. Si no es de pago, tenemos que elegir, pura y simplemente, de ENTRE LO QUE SE OFRECE. Casi ningún medio de comunicación audiovisual ofrece a la audiencia una alternativa para poder demostrarles que se equivocan: todos ofrecen lo mismo.
Tampoco se puede argumentar que la escasa oferta alternativa apenas tiene audiencia ya que los actualmente existentes son, por su naturaleza y nivel, para minorías (Redes, Negro Sobre Blanco, determinados informativos, musicales y documentales). Existe una amplia horquilla entre lo elitista y lo nauseabundo.
La mentira es una conducta de supervivencia que hemos heredado de nuestros antepasados y que compartimos con las demás criaturas que pueblan la Tierra. Hasta el organismo más simple, saco de una bacteria o un protozoo recurre a la filfa para cazar y no ser cazado. Pero la mentira alcanza su máxima expresión y complejidad en el ser humano. Mientras que en el animal, casi siempre instintiva, en el hombre es premeditada. El objetivo que se persigue con el embuste sólo es eficaz cuando no es detectado por el engañado. El ser humano ha aprendido como nadie a disimular el engaño en tal grado que a veces resulta casi imposible detectarlo.
Quienes la promueven utilizan cualquier tema o acontecimiento como mera excusa para tintarlos con los elementos básicos: sexo, violencia, sensiblería, humor grueso, superstición. Con una hipócrita preocupación de denuncia de situaciones: se regodea con el sufrimiento, la exhibición gratuita de sentimientos y la intromisión en los comportamientos íntimos.
La telebasura es desinformación y un obstáculo para el desarrollo de una opinión publica libre y fundamentada, ya que proporciona:
- Explicaciones sencillas y comprensibles de los asuntos más complejos, pero simplistas, parciales o interesadas.
- Suele presentar, demagógicamente, todas las opiniones como equivalentes, independientemente de los conocimientos sobre los que se sustentan o de sus fundamentos éticos.
- Realiza supuestos debates y encuestas (simulacros de los verdaderos debates y encuestas) que lejos de arrojar luz sobre los problemas, contribuyen a consolidar la idea del "todo vale" y el número como criterio de la verdad.
- Mezcla ciencia, esoterismo, mensajes milagreros y fenómenos paranormales, todos presentados de forma acrítica y en el mismo plano de realidad que los argumentos científicos.
- Desprecia derechos fundamentales como el honor, la intimidad, el respeto, la veracidad o la presunción de inocencia, cuya conculcación no puede defenderse en ningún caso apelando a la libertad de expresión.
- Formula "juicios paralelos e infundados".
- Enuncia suouestos escándalos, presentando testimonios supuestamente verdaderos pero que en realidad provienen de "invitados profesionales".
- Todo es trivialidad, sus protagonistas son los personajes del mundo rosa; sus nimiedades y conflictos sentimentales son tratados con reiteración.
- Practica el halago fácil al espectador y el gusto por el sensacionalismo.
- Todo lo invade impidiendo el mantenimiento o la aparición en las parrillas de otros modelos de información mas respetuosos con la verdad y con el interés social.
La televisión en España, por su actual programación, está convirtiendo a los niños en “analfabetos audiovisuales” (Informe del Consejo Audiovisual de Cataluña, “libro blanco”, presentado el 20 de enero de 2004.
José Manuel Pérez Tornero, profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona, responsable del informe, dio a conocer un dato preocupante: los niños entre los 4 y 12 años pasan más horas frente al televisor que en sus propios colegios (una media de 990 horas anuales frente a las 960 en las que reciben la enseñanza).
En los centros educativos se pretende que sean personas capaces, inteligentes y dignas de una sociedad regida por seres racionales y adecuadas normas de conducta, lo que la “telebasura” pretende ignorar por completo.
El libro blanco sobre “La educación en el entorno audiovisual” muestra como esos niños son avasallados por la “caja de la basura” en horarios que van entre las 21 y 24 horas, cuando se presentan los más denigrantes y destructivos programas.
No es de extrañarque España esté atravesando por uno de los más “precarios periodos escolares, en donde destacan el bajo rendimiento, las malas maneras y las groserías de los niños, con el agravante de pésimas notas, que se muestran encantados de estar imitando a quienes desde la televisión se expresan con base a tacos y presentan unos espectáculos que ofenden al oído e, incluso, al mismo olfato, porque son programas que apestan”.
Pérez Tornero, afirmó que se está viviendo una lamentable época en detrimento de los menores. “Lo que hace la escuela durante el día lo deshace la televisión durante la noche”.
“Si la escuela enseña el valor del esfuerzo y la constancia, la televisión potencia una visión del mundo en que cualquier deseo parece estar al alcance de la mano”, afirma el “libro blanco”.
Entre las 21 y las 24 horas aparentemente existe “un horario protegido”, pero también lo es que a lo largo del día, las televisiones públicas y privadas –preferentemente estas últimas- presentan unos programas que además de estar hechos con la mayor chabacanería, constituyen un insulto a la inteligencia y a las buenas maneras y modales. “Es una programación podrida en donde todo huele mal y en donde las escenas de mal gusto se repiten, una tras otras, en las distintas cadenas, sin que ninguno de sus directores se preocupe por evitarlo y por exigir que ese modelo de `telebasura` se acabe”, dijo un portavoz de la entidad encargada de defender al televidente.
Como promedio, un menor pasa 19 horas semanales viendo la pésima y destructiva televisión, y a ello hay que sumarle otras 11 horas que se destinan a los videojuegos y al ordenador. Es decir que, lamentablemente, en vez de existir en ellos y en sus propios padres una preocupación por la adecuada instrucción y porque aprendan cosas útiles, se pierden en “escarbar las inmundicias televisivas”.
El informe señala que programas como “Operación Triunfo”, “Ana y los Siete” y el putrefacto “Gran Hermano”, se convierten en “los espacios preferidos por los niños” y que el consumo audiovisual de los menores “se realiza, mayoritariamente, fuera de cualquier control adulto”. Ninguno de esos tres programas tiene nada que ver con niños. Además de traspasar descaradamente los niveles del mal gusto y de la utilización de un correcto lenguaje, constituyen a juicio de muchos críticos, una “ofensa para cualquier televidente”.
El “libro blanco” resalta otra cifra: entre un 43 y un 50 por ciento de los alumnos de la ESO dispone de un aparato de televisión en su habitación, “especialmente para liberar al uso adulto el televisor de la sala de estar”.
La vicepresidenta del CAC, Victoria Camps, que también fue diputada, afirmó durante la presentación del “libro blanco” que “el problema no es cuánto se mira sino qué y cómo se mira”. El propósito del CAC es promover que la escuela eduque a los niños para que tengan “una mirada crítica” frente a la televisión y no el de crear, como ahora está ocurriendo, ”analfabetos audiovisuales”. Por eso, como dijo Camps, el CAC apela a los padres de familia para que “controlen la dieta televisiva de sus hijos igual que controlan la alimentaria”.
También en el informe se indica que entre 1999-2000 las televisiones de programación general dedicaron únicamente un 10,3 por ciento a los espacios infantiles, pero lo que es peor, entre 2001-2002, ese mínimo porcentaje se redujo aún más, en tres puntos, hasta alcanzar un ridículo 7,3 por ciento. Y, debe señalarse, además, que muchos de los programas de dibujos animados no son ni siquiera aptos para niños y que se utiliza en ellos un lenguaje lleno de groserías y de palabras mal sonantes.
Por ello, el CAC aconseja la “creación de canales infantiles y educativos en abierto, la redacción de la carta ciudadana de derechos ante los medios y códigos de autorregulación sobre contenidos de riesgo”, para evitar que continúe incrementándose el avasallamiento de la “telebasura” hacia los niños.
También los mayores están continuamente bombardeados con esos esperpénticos programas rosas, del corazón, de crónicas marcianas, de gran hermano, de tómbola y otros de su misma desfachatez y sin ninguna calidad en donde participa una fauna de asqueantes personas que se parecen más a los animales por su incapacidad e ignorancia para dialogar civilizadamente y sus demostraciones grotescas.
Pero los propios directivos de la televisión y el mismo gobierno deben, porque están obligados a ello, defender a los niños y no seguir permitiendo esa clase de “telebasura” que a ellos mismos los degrada y los rebaja a la categoría de “ignorantes e incompetentes” por permitir ese abuso y convertir lo que debe ser un espectáculo de entretención, de aprendizaje, de buenas maneras y buenas palabras en uno de tan bajísimo nivel que ofende a la inteligencia y a la cultura. Porque los ya mencionados y muchísimos otros programas constituyen una auténtica degradación al buen gusto.
La escalada de programas dedicados a hablar de famosos de tercera, cuarta y quinta fila, directamente salidos en muchos casos del mundo de la delincuencia o de la prostitución, con sus escándalos y montajes cada vez más inverosímiles, ha llevado el descrédito televisivo hasta límites tan alarmantes que incluso el presidente del gobierno se ha pronunciado sobre el tema.
Es a principios de los noventa cuando empiezan a entrar en las parrillas de programación los denominados reality shows, programas que por primera vez mostraban en España las miserias de ciudadanos anónimos para nutrir a millones de espectadores.
Nutrir una curiosidad morbosa, algo inherente al propio ser humano, pero que estos programas ofertaron sin ningún tapujo ni pudor. Cada día se esmeraban más en elaborar una cuidada y minuciosa puesta en escena; los periodistas de la época interrogaban a sus invitados mientras los distintos planos y la música ambiente acentuaban el dramatismo de lo contado.
La gota que colmó el vaso y que desató el fenómeno televisivo actual fue el denominado caso de "las niñas de Alcásser". Tras meses y meses de investigación, durante los cuales estos espacios televisivos dedicaban gran parte de su contenido (tanto que el suceso formaba ya parte de nuestras vidas), aparecieron los cuerpos de las tres adolescentes enterrados. Ese mismo día, los dos canales más fuertes del momento, Televisión Española y Antena 3, contraprogramaron un especial abordando el trágico desenlace. No solo eso, Antena 3 improvisó un plato en un salón del pueblo para que los ejecutivos de la cadena y Nieves Herrero tocasen su techo profesional.
Como invitados los familiares de las tres víctimas, abatidos y sin capacidad de reacción ante el tremendo golpe que les acababa de dar la vida. Uno de los momentos álgidos de la noche se vive cuando entra en escena la periodista Olga Viza anunciando la detención de los presuntos sospechosos. Al instante, el público formado por la gente del pueblo, vitoreaba proclamas a favor de la pena de muerte, muy al estilo de aquellos ajusticiamientos populares de antaño, independientemente de si realmente eran los autores materiales del crimen (más tarde se vio que quien fue apresado en un primer momento fue un hermano de Antonio Anglés).
A partir de entonces ya no nos extrañaba ver a periodistas revoloteando alrededor de la carroña; tras un atentado terrorista, muchos reporteros aguardaban a los familiares de la víctima en los portales de sus viviendas para captar la mejor instantánea o la más desgarradora de las declaraciones. Sin ir más lejos, la primera noticia que tuvo el padre de Miguel Ángel Blanco acerca del secuestro de su hijo fue "gracias" a los periodistas que le abordaron a la puerta de su casa.
Pero la gente quería más, y la televisión es un mundo que funciona al ritmo de la actualidad, por lo que había que renovar los contenidos. El nuevo filón se encontraba en el mundo rosa. El glamour de los famosos, sus excentricidades y sobre todo la posibilidad de adentrarse en sus intimidades y ver que no son tan distintos de nosotros generó una nueva fiebre mediática.
El mundo del corazón empezó poco a poco a ocupar las sobremesas en las parrillas de programación, una especie de avanzadilla para lo que sería el ataque definitivo. Junto a ello, las tardes se llenaron de magazines en donde las confesiones de maltratos, engaños amorosos u orientaciones sexuales circunscribían la televisión a un público concreto.
El golpe de efecto lo dio el canal autonómico valenciano Canal 9 con Tómbola, algo así como el tercer grado del famoseo. Lo peor de todo era la pretensión, aún latente, de convertir esos debates en asuntos de interés nacional, mediante la constante reivindicación por parte de los periodistas de su papel en el mundo de la información.
A Tómbola le siguieron, cómo no, infinidad de imitadores a lo largo y ancho del panorama nacional, ya no sólo en televisión, sino en prensa escrita. Ello provocó que en algunas cámaras autonómicas se debatiera acerca de la telebasura. En la Comunidad de Madrid, la por entonces socialista Cristina Almeida reprochaba al también por aquel entonces presidente de la Comunidad Alberto Ruiz Gallardón, la proliferación de estos espacios en la cadena pública TeleMadrid. El popular replicó a ésta si la telebasura a la que se refería ella eran los programas a los que acudía habitualmente como invitada (citando cadena, día y hora de emisión).
A partir de entonces se abrió la veda. Como si hubiesen firmado un cheque en blanco, los famosos eran perseguidos día y noche. Lo cierto es que la Constitución alude a este fenómeno. De esta forma aquellas personas que por su situación personal o laboral tengan una relevancia de cara al público tienen que soportar esta pequeña carga. Una carga que supone la pérdida del anonimato que todos los demás ciudadanos aún preservamos, pero ni mucho menos el acoso que sufren la mayor parte del tiempo.
El siguiente paso la productora Globomedia y Tele 5 lanzaban un programa televisivo a modo de ensayo sociológico: Gran Hermano. De resonancias orwellianas, Gran Hermano consiste en grabar veinticuatro horas al día la convivencia de varias personas dentro de una casa, totalmente incomunicados con el mundo exterior.
En poco tiempo, junto a los rostros que asociábamos con este mundillo se sumaron el de otros totalmente desconocidos, llegando a monopolizar los medios de comunicación de tal forma que sus vidas eran desmenuzadas paralelamente en las distintas cadenas. De esta forma, incluso la vida de completos desconocidos eran (y lo son) objeto de adoración.
Ya no nos extrañamos de que secretarias o chóferes hagan públicas los devaneos de aquellos a quienes sirvieron en alguna ocasión, constantemente y en cualquier momento. Todo porque hay un público demandante de este tipo de emociones, enganchado al tráfico sentimental. Hace años eran los toros, después vino el fútbol, y ahora, el nuevo ungüento para calmar a las masas y cegarlas ante los verdaderos problemas de la realidad.
El proceso del negocio es sencillo: las cadenas de televisión necesitan contenidos para atraer audiencias que, a su vez, generen ingresos publicitarios. Cuanto más barata sea la producción de programas, más rentable es el negocio, sobre todo si llegan a abarcar cuatro horas de programación de máxima audiencia. Hasta ahí todo correcto.
El problema empieza cuando un medio, de servicio público, ofrece contenidos incompatible con la audiencia de la franja horaria, cuando los contenidos atentan contra la imagen, la dignidad o los derechos de terceras personas, o cuando se traspasan ciertas barreras éticas y morales y posiblemente legales.
No entraremos a describir el sencillo mecanismo de espiral retroalimentada del que viven todos estos individuos, pues además de bien conocido, podríamos llegar a alcanzar el pleno empleo en España.
El problema es que estos individuos se han profesionalizado y pueden despertar la vocación a otros muchos. Personajillos, que para seguir en la picota, se rodean de más abogados que los narcotraficantes gallegos o colombianos, porque se han profesionalizado en el fraude, la injuria, la calumnia, la difamación, en definitiva, en el delito. Se han convertido en expertos en el lanzamiento de rumores, en mercaderes de desgracias o debilidades propias y ajenas, en traficantes de intimidades y en exponentes de las mayores miserias humanas. Fomentan el acceso inmediato a la fama a través de la mentira, el sexo fácil y gratuito, el dinero y la ausencia total de valores y de moral. Buena base para una función socialmente útil del servicio público de las cadenas de televisión. Urge la creación de un CONSEJO AUDIOVISUAL con competencias para recordar, entre otras cosas, a las cadenas las condiciones de servicio público implícitas en la concesión de las licencias.
La regla es que no hay límites para hacer negocio: con la vida, la muerte, los niños, el suicidio, los abortos, la prostitución, el número de polvos o de famosos pasados por la cama, las drogodependencias, matrimonios de conveniencia, los malos tratos, el dinero negro, las infidelidades, la perversión de menores, la política,...... todo vale.
En un principio, los implicados en el circo, tenía la vergüenza de ocultar que eran montajes. Lo descarado de esta situación es que ahora reconocen que lo organizan para que "periodistas" y personajillos vivan los unos de los otros retroalimentando la espiral.
Estamos hablando de programas donde todo está amañado y manipulado, donde existe connivencia entre las partes con perjuicio para terceros, y que al no tratarse de programas de ficción, no dejan de ser un fraude a la audiencia, una estafa. En algunos programas se llega a contratan actores. A los espectadores se les está vendiendo que lo que ven es algo espontáneo o natural. Programas concebidos y desarrollados por productoras para explotar hasta el último resquicio del proceso de comercialización. Producciones donde todo está previsto y firmado bajo férreas condiciones contractuales, en las que los contertulios y concursantes se provocan e insultan, siempre según guión, y que terminan paseándose por todos y cada uno de los programas de la cadena.
Algunos de estos fraudes de ley deberían ser perseguidos de oficio. Lo mismo ocurre con el que airea a los cuatro vientos que cometió un delito de suicidio en grado de tentativa, con los que difunden grabaciones, de aspectos íntimos y privados, realizadas y difundidas sin consentimiento de las partes involucradas, con las que imputan falsas paternidades a ciertas personas por el hecho de ser famosos, con los que presentan denuncias falsas, con los que dan las siglas de nombres con las que puede relacionarse a muchas personas, con los que comercian con los malos tratos padecidos para aumentar la tarifa de sus comparecencias o por posar desnuda en una revista o con los que contraen un matrimonio de conveniencia. Además este tipo de intenciones deberían ser consideradas por los jueces para no admitir, en posteriores ocasiones, cierto tipo de denuncias o para dar algún escarmiento, además dejar sentada jurisprudencia.
Otro aspecto perseguible, es la impunidad con la que cualquier personajillo, que ya no tienen nada que perder, involucra a terceras personas, que nada tienen que ver con este montaje, con graves perjuicios para la imagen y el honor, pero que retroalimenta esta absurda cadena.
La Administración de Justicia debería centrarse en defender a las víctimas de este circo y en aplicarse en el castigo a estos defraudadores, porque la sensación reinante es que está perdiendo el tiempo y el dinero de los contribuyentes. Atender un solo caso fraudulento de estos, además de apoyar el circo mediático, es contribuir a dar credibilidad al fraude.
En contra de lo que digan los promotores de la "telebasura" y demás responsables de medios de comunicación y de sus contenidos, los españoles no podemos elegir los programas que vemos. La única alternativa es ver lo que hay o apagar la televisión. Si no es de pago, tenemos que elegir, pura y simplemente, de ENTRE LO QUE SE OFRECE. Casi ningún medio de comunicación audiovisual ofrece a la audiencia una alternativa para poder demostrarles que se equivocan: todos ofrecen lo mismo.
Tampoco se puede argumentar que la escasa oferta alternativa apenas tiene audiencia ya que los actualmente existentes son, por su naturaleza y nivel, para minorías (Redes, Negro Sobre Blanco, determinados informativos, musicales y documentales). Existe una amplia horquilla entre lo elitista y lo nauseabundo.
La mentira es una conducta de supervivencia que hemos heredado de nuestros antepasados y que compartimos con las demás criaturas que pueblan la Tierra. Hasta el organismo más simple, saco de una bacteria o un protozoo recurre a la filfa para cazar y no ser cazado. Pero la mentira alcanza su máxima expresión y complejidad en el ser humano. Mientras que en el animal, casi siempre instintiva, en el hombre es premeditada. El objetivo que se persigue con el embuste sólo es eficaz cuando no es detectado por el engañado. El ser humano ha aprendido como nadie a disimular el engaño en tal grado que a veces resulta casi imposible detectarlo.
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