El crucifijo "está de más".
Lo dijo el diputado socialista Ramón Jáuregui en el Pleno del Congreso. Gaspar Llamazares había llevado una iniciativa para pedir que se retiraran los símbolos religiosos de las ceremonias de toma de posesión del presidente del Gobierno y los ministros.
Y sus señorías pasaron la tarde discutiendo estas cosas que sólo les preocupan a ellos. Llevamos un mes de legislatura, y todavía no ha habido un debate serio sobre educación, inmigración o el paro. Eso sí, los diputados han discutido sobre el tamaño de las papeletas del Senado y sobre si la Biblia y la Cruz deben estar o no en la mesa donde promete el cargo el presidente.
Pero más les valdría que empiecen a ocuparse de lo que de verdad preocupa a los ciudadanos.
El fantasma de la «estanflación» irrumpe en España tras subir el IPC a un histórico 4,7%
Ayer el Instituto Nacional de Estadística (INE) avanzaba el cierre de la inflación en el mes de mayo. El IPC Armonizado se ha disparado hasta el 4,7% en tasa interanual, la cifra más alta desde que se publica este indicador, enero de 1997.
Si el IPC nacional, que se publica el próximo 11 de junio, confirma, décima arriba, décima abajo, como viene siendo habitual, esta cifra, la comparativa histórica es aún peor. Estaríamos ante la tasa de inflación más alta desde julio de 1995. Además algunos expertos, como Funcas, ya han advertido que el IPC podría alcanzar el 5% en julio o agosto.
Esta elevada inflación, que el Gobierno achaca a la escalada del petróleo en los mercados internacionales, se produce, además, en un momento en el que la economía española ha entrado en un proceso de desaceleración profunda, ajuste brusco, o crisis -dependiendo de quien defina la situación- que se traduce en un crecimiento económico exiguo, apenas tres décimas en el primer trimestre.
Con la combinación de ambos factores, elevada inflación y escaso crecimiento, unido al aumento del paro, el fantasma de la «estanflación» -estancamiento económico con precios altos-, que tan perniciosos efectos provocó en los años setenta, vuelve a irrumpir en el escenario económico, si no como realidad, sí como una amenaza cada vez más clara y cercana. «Es un fenómeno olvidado hace años que podría volver a producirse», reconoció la pasada semana el vicepresidente Solbes, quien, sin embargo, aseguró que en estos años «algo hemos aprendido» y que «no se cometerán los mismos errores de entonces».
Los expertos coinciden en que manejar una situación de este estilo es tremendamente complicado, ya que las políticas fiscales o monetarias expansivas, que pueden ayudar a reactivar la economía, empeorarían la inflación y, finalmente, en lugar de reactivar el crecimiento lo retraerían incluso más. Por el contrario, políticas monetarias muy restrictivas, que pueden ayudar a controlar los precios, pueden profundizar el estancamiento.
En Alemania, la inflación repuntó cuatro décimas en mayo, una menos que en España, para situarse en el 3%, todavía muy por debajo del IPC español.
Ante esta situación, Joaquín Almunia, comisario europeo de Asuntos Económicos y Monetarios, reconoció ayer que se ha llegado a un «momento muy difícil para los gobiernos y la autoridad monetaria» de la UE, porque «todos los países tienen un shock inflacionista muy fuerte». Abogó por introducir «más competencia en los mercados, una evolución salarial vinculada a la productividad y que los gobiernos tomen medidas exquisitas».
Y sus señorías pasaron la tarde discutiendo estas cosas que sólo les preocupan a ellos. Llevamos un mes de legislatura, y todavía no ha habido un debate serio sobre educación, inmigración o el paro. Eso sí, los diputados han discutido sobre el tamaño de las papeletas del Senado y sobre si la Biblia y la Cruz deben estar o no en la mesa donde promete el cargo el presidente.
Pero más les valdría que empiecen a ocuparse de lo que de verdad preocupa a los ciudadanos.
El fantasma de la «estanflación» irrumpe en España tras subir el IPC a un histórico 4,7%
Ayer el Instituto Nacional de Estadística (INE) avanzaba el cierre de la inflación en el mes de mayo. El IPC Armonizado se ha disparado hasta el 4,7% en tasa interanual, la cifra más alta desde que se publica este indicador, enero de 1997.
Si el IPC nacional, que se publica el próximo 11 de junio, confirma, décima arriba, décima abajo, como viene siendo habitual, esta cifra, la comparativa histórica es aún peor. Estaríamos ante la tasa de inflación más alta desde julio de 1995. Además algunos expertos, como Funcas, ya han advertido que el IPC podría alcanzar el 5% en julio o agosto.
Esta elevada inflación, que el Gobierno achaca a la escalada del petróleo en los mercados internacionales, se produce, además, en un momento en el que la economía española ha entrado en un proceso de desaceleración profunda, ajuste brusco, o crisis -dependiendo de quien defina la situación- que se traduce en un crecimiento económico exiguo, apenas tres décimas en el primer trimestre.
Con la combinación de ambos factores, elevada inflación y escaso crecimiento, unido al aumento del paro, el fantasma de la «estanflación» -estancamiento económico con precios altos-, que tan perniciosos efectos provocó en los años setenta, vuelve a irrumpir en el escenario económico, si no como realidad, sí como una amenaza cada vez más clara y cercana. «Es un fenómeno olvidado hace años que podría volver a producirse», reconoció la pasada semana el vicepresidente Solbes, quien, sin embargo, aseguró que en estos años «algo hemos aprendido» y que «no se cometerán los mismos errores de entonces».
Los expertos coinciden en que manejar una situación de este estilo es tremendamente complicado, ya que las políticas fiscales o monetarias expansivas, que pueden ayudar a reactivar la economía, empeorarían la inflación y, finalmente, en lugar de reactivar el crecimiento lo retraerían incluso más. Por el contrario, políticas monetarias muy restrictivas, que pueden ayudar a controlar los precios, pueden profundizar el estancamiento.
En Alemania, la inflación repuntó cuatro décimas en mayo, una menos que en España, para situarse en el 3%, todavía muy por debajo del IPC español.
Ante esta situación, Joaquín Almunia, comisario europeo de Asuntos Económicos y Monetarios, reconoció ayer que se ha llegado a un «momento muy difícil para los gobiernos y la autoridad monetaria» de la UE, porque «todos los países tienen un shock inflacionista muy fuerte». Abogó por introducir «más competencia en los mercados, una evolución salarial vinculada a la productividad y que los gobiernos tomen medidas exquisitas».
Laura Campmany, al respecto, dice: "¿Por qué será que todo en la vida avanza y retrocede, igual que las parejas en un baile romántico? Llegan años de azúcar y bonanza, la gente se ilusiona, prospera, planifica, invierte, compra, arregla, modifica, y esa fiebre dorada se contagia a otra gente. Y de pronto, con o sin previo aviso, sube el petróleo y todo se dispara. Sobran los invitados, pesan las hipotecas, se racionan los lujos y placeres, y hasta el gazpacho más indiferente empieza a prescindir de algún tomate. Como al menos sí llueve, lo único que se venden son paraguas.
Una de las mayores injusticias de nuestra moderna sociedad es que las crisis no afectan por igual a tirios y troyanos. Cuando el crudo estornuda, el catarro lo sufre el pueblo llano, en quien los productores, prestamistas, constructores, comercios, transportistas, repercuten, entero, el sacrificio. Porque sólo el que no tiene dinero no puede decidir cómo lo gasta. Los ricos, simplemente, blindan sus efectivos, congelan sus acciones, cierran muy bien la puerta, y esperan a que escampe. En una crisis, siempre son los pobres los que sacan sus casas a subasta.
Pero ya ha dicho Zapatero que nos consolemos, porque en Europa están peor. Yo, que vivo en «Europa», no acabo de encontrarle la aguja a esa balanza. Con sueldos más alegres y una tasa de paro inconsistente, se mira la inflación de otra manera. Aquí la gente tiene colchones en el banco, y no vive de cuentos o burbujas. Aquí no se construye en el desierto. Claro que aquí la gente ignora que un problema se arregla con decir «no pasa nada». Aquí, me temo, nadie entendería la gracia de llamar, a lo que empieza a ser una agonía, «desaceleración acelerada»".
Una de las mayores injusticias de nuestra moderna sociedad es que las crisis no afectan por igual a tirios y troyanos. Cuando el crudo estornuda, el catarro lo sufre el pueblo llano, en quien los productores, prestamistas, constructores, comercios, transportistas, repercuten, entero, el sacrificio. Porque sólo el que no tiene dinero no puede decidir cómo lo gasta. Los ricos, simplemente, blindan sus efectivos, congelan sus acciones, cierran muy bien la puerta, y esperan a que escampe. En una crisis, siempre son los pobres los que sacan sus casas a subasta.
Pero ya ha dicho Zapatero que nos consolemos, porque en Europa están peor. Yo, que vivo en «Europa», no acabo de encontrarle la aguja a esa balanza. Con sueldos más alegres y una tasa de paro inconsistente, se mira la inflación de otra manera. Aquí la gente tiene colchones en el banco, y no vive de cuentos o burbujas. Aquí no se construye en el desierto. Claro que aquí la gente ignora que un problema se arregla con decir «no pasa nada». Aquí, me temo, nadie entendería la gracia de llamar, a lo que empieza a ser una agonía, «desaceleración acelerada»".
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