Las razones de Benedicto XVI
ABC abc_es / MADRID.- Día 07/04/2013 - 13.56h
ABC avanza en exclusiva un capítulo del
libro de Paloma Gómez Borrero en el que se desentraña el informe que Ratzinger
legó a Francisco
La mala relación entre Sodano y Bertone fue un foco de conflictos en el
Pontoficado de Benedicto XVI
Esta es una historia que debe comenzar
por su último capítulo. O, mejor dicho, por el penúltimo, ya que el final, si
es que llega a ser escrito, pertenecerá a otro pontificado.
El 17 de diciembre de 2012 tres
cardenales fueron recibidos por el Papa y le hicieron entrega de un informe
previamente encargado por él. Una frase sencilla, que encierra un enorme
secreto. Y que, para empezar, no es del todo exacta.
El "informe" no
se entrega como quien da un sobre o un cuadernillo, porque estamos hablando de
un grueso volumen, hay quien dice que consta de trescientas páginas, que está
encuadernado en rojo y no lleva título alguno.
El Santo Padre no se limita a
recibirlo, sino que de inmediato lo guarda, no bajo siete llaves, sino
"setenta veces siete", como el perdón en el Evangelio, decidiendo
antes de su histórica renuncia que el informe será entregado solamente al que
será su sucesor.
Desde el momento en que pronunció el encargo, en abril de ese
mismo año, uno de los tres cardenales ha sido recibido privada y reservadamente
con mucha frecuencia por el Papa, que así ha ido sabiendo todo lo que los tres
purpurados descubrían. Golpe a golpe. El cáliz, una vez más, apurado hasta el
fondo.
El cardenal que ha mantenido al Papa al
día es el español Julián Herranz, miembro del Opus Dei, grandísimo jurista
durante el pontificado de Juan Pablo II y hasta su jubilación consejero
jurídico del Santo Padre en su cargo de presidente del pontificio Consejo para
los Textos Legislativos.
Él fue quien recibió en primera persona el encargo de
redactar el informe sobre el estado de la curia, y aunque lo aceptó de inmediato,
no quiso llevarlo a cabo solo, más por razones de oportunidad y justicia que
por considerarlo una carga demasiado pesada.
Pudo elegir en total libertad a
sus dos compañeros de investigación, el cardenal italiano Salvatore de Giorgi y
el eslovaco cardenal Jozef Tomko. Ninguno de los tres estará dentro de la
Capilla Sixtina durante el cónclave porque ya han rebasado el límite de los
ochenta años. Y tal vez para ellos mismos sea mejor así, porque ahora comparten
con el Papa emérito el conocimiento directo de muchos males que se han
infiltrado tras los muros vaticanos. […]
Informes espinosos
No es la primera vez que un Papa pide un
informe sobre algún tema espinoso. Pero en esta ocasión es diferente. Los tres
"007" tienen efectivamente "licencia", por supuesto no para
matar, pero sí para interrogar incluso a sus hermanos purpurados.
Sé de buena
tinta que escucharon unos cuarenta testimonios sobre temas que de alguna manera
estaban relacionados con la curia. No hay límites ni barreras. Las
declaraciones se verifican y contraverifican. Porque son verdaderas
declaraciones sobre hechos, no opiniones ni habladurías, que se transcriben y
se someten otra vez al declarante que si se ratifica en lo dicho, las firma.
Las razones de Benedicto XVI
El resultado es un mapa de la
corrupción, un catálogo de la cizaña que ha invadido el huerto de la Iglesia y
podrido alguno de sus frutos. Y el mismo Papa que, como cardenal Ratzinger, ha
visto tantas cosas antes de mirarlas desde la silla de San Pedro, se da cuenta
de que hace falta una guadaña manejada por un brazo más fuerte para salvar la
mies. Y quizá se lo haya reconocido así a sus tres cardenales, al recibirlos
por última vez el domingo 24 de febrero, aunque oficialmente fuera para
agradecerles la labor desempeñada.
La relatio será, sin duda, una de las
primeras lecturas del nuevo pontífice. Él, en realidad, es el destinatario,
porque es el llamado a poner remedio, a luchar contra los demonios que han
venido a acampar junto a la sede de Pedro. Las "divisiones en el cuerpo eclesial
que desfiguran el rostro de la Iglesia", como Benedicto XVI dice
claramente en la homilía del Miércoles de Ceniza.
Una decisión clave
¿Qué es lo que dice el informe?
No hay
persona dentro o fuera del Vaticano que no quisiera saberlo en detalle, porque
los temas que lo han provocado son casi todos del dominio público. Pero hablar
de causas, detalles, responsables, víctimas y culpables es otra cosa.
Más que
nunca es cierto aquello de que "el diablo está en los detalles",
porque esos detalles deben de ser verdaderamente oscuros.
Una idea se repite
machaconamente en las redacciones periodísticas. "Todo en el informe gira
en torno a las infracciones al sexto y al séptimo." Mandamientos, se
entiende. "No cometerás actos impuros." "No robarás." Sexo
y dinero, en definitiva. No es extraño en absoluto. ¿No son acaso las mayores
tentaciones del hombre?
El cardenal Bertone ha sido un elemento
de tensión entre Benedicto XVI y la curia.
Una de las primeras decisiones del nuevo
papa sería clave en el desarrollo de su pontificado. Y lamento decir que quizá
generó más discordia que empatía. Cuando se decidió a formar su propio equipo
de gobierno, escogió como secretario de Estado al cardenal Tarcisio Bertone,
salesiano, que a los ojos de la curia no estaba a la altura diplomática de lo
que debe ser tan delicado cargo. […]
El nombramiento suponía el relevo del
anterior responsable, el cardenal Angelo Sodano, plenamente identificado con el
organigrama del poder.
De él se había dicho que era "el pontífice en la
sombra" en los últimos tiempos de un debilitado Juan Pablo II, y sin duda
quien había tenido las riendas de la organización eclesial en aquellos meses. Y
al mal trago de la sustitución y el fin de su posición privilegiada, se unía el
nombre y el perfil del sustituto, con quien estaba destinado a no llevarse
demasiado bien. […]
Los sodanianos acusan al cardenal
Bertone de ambición, y, sobre todo, de relacionarse demasiado bien con las
altas esferas económicas y políticas de Italia. Unas presuntas vinculaciones
que le volverían vulnerable y a la Iglesia con él. […]
Tensiones
El cardenal ha sido un elemento de
tensión entre Benedicto XVI y la curia.
La confrontación ha supuesto una
complicación innecesaria y ha dañado el gobierno pontificio, que no necesitaba
precisamente una división en su seno. Algunos de los cardenales más influyentes
tuvieron el atrevimiento de solicitar el relevo del secretario de Estado y en
fecha reciente, como ha confesado el propio cardenal arzobispo de Colonia
Joachim Meisner, buen amigo de Benedicto XVI, le pidió abiertamente que
"quitara del cargo a Bertone", a lo que el Santo Padre, habitualmente
calmado, reaccionó con energía: "La cuestión está cerrada. No me lo diga
más veces", y concluyó repitiendo tres veces las palabras: "¡Basta,
no!" […]
La Ciudad del Vaticano arrastraba un
déficit de más de 7,5 millones de euros en 2009
Convencionalmente se acepta que el
primer aldabonazo público lo dio el caso del arzobispo Carlo Maria Viganò. Este
prelado era un diplomático vaticano que había llevado a cabo encargos de altura
antes de ser nombrado secretario del Governatorato de la Ciudad del Vaticano en
2009, encargado de sus abastecimientos.
Y en cuanto llegó a su puesto se dio
cuenta de que, para decirlo con delicadeza, las cuentas no cuadraban. La ciudad
arrastraba un déficit de más de 7,5 millones de euros, que se iban en partidas
tan absurdas como el medio millón que presuntamente había costado el nacimiento
de la plaza de San Pedro.
Inmediatamente tomó cartas en el asunto. No era un
economista prodigioso, pero sí sabía sumar y hacer que los números salieran y
ordenó que se centralizaran los procedimientos contables y que se respetaran
los presupuestos. Y, al año siguiente, el superávit era de 33 millones.
Sin embargo, Viganò no se detuvo allí. Aquel
resultado reflejaba que demasiada gente había estado metiendo las manos donde
no debía, y cometió el error de decirlo y señalarlo.
Con el resultado de que en
agosto de 2011 fue, como popularmente se dice, "despedido hacia
arriba" o, dicho en latín, promoveatur ut removeatur, designándole nuncio
apostólico en Estados Unidos. Un cargo indudablemente importante y lucido, pero
sobre todo alejado de la cúpula.
El cardenal Bertone inmediatamente cubrió el
cargo vacante con uno de sus fieles colaboradores, el cardenal Giuseppe
Sciacca. Fue inútil que el nuevo nuncio escribiera desde Washington a Su
Santidad señalando, en cartas estrictamente privadas y confidenciales, casos de
corrupción poco edificantes.
Cría cuervos...
Es de imaginar la cara que pusimos todos,
prelados y laicos, cuando la televisión y los periódicos italianos publicaron
las cartas de monseñor Viganò, sacando los colores a media curia.
Por un lado,
debido a la gravedad de los hechos denunciados, y, por otro, ante la evidencia
de que documentos reservados corrían alegremente por las redacciones
periodísticas.
[…] El retrato que emergía de aquellos documentos era demoledor:
se presentaba una Iglesia rota por las facciones, escándalos de corrupción con
todo detalle, indiscreciones, sobornos para conseguir audiencias privadas con
el papa, comunicaciones diplomáticas secretas, y hasta la historia de un
rocambolesco complot para asesinar al pontífice... y quien peor parado salía de
aquellas insinuaciones era el cardenal secretario de Estado. […]
El 23 de mayo Paolo Gabriele, el
mayordomo del Santo Padre, fue detenido por la Gendarmería del Vaticano
El 23 de mayo Paolo Gabriele, el
mayordomo del Santo Padre, de cuarenta y seis años, casado y con tres hijos,
fue detenido por la Gendarmería del Vaticano en su casa de Via di Porta
Angelica, aunque la noticia sólo salió a la luz dos días más tarde.
Y el
titular estaba a la altura del escándalo: "Detenido el mayordomo del papa
por difundir documentos secretos." Las pruebas no faltaban: al registrar
su hogar los gendarmes hallaron cajas y cajas llenas de documentación. […]
A principios de 2013, pregunté a uno de
mis contactos pontificios si a él le constaba la existencia de prácticas
sexuales dentro de las murallas vaticanas. Y su respuesta fue breve, lógica y
relativizadora: "En la curia hay unas cuatro mil ochocientas personas. Y
los hombres estamos sometidos a la tentación."
Asumiendo que no hay nadie
perfecto, pero sin un dramatismo excesivo. Es cierto. Los pecados de la carne,
con ser serios y terriblemente significativos en el caso de miembros de la
Iglesia, no revestirían de por sí una especial gravedad, o al menos no como
para comprometer un pontificado. De igual manera que tampoco las manipulaciones
económico-financieras denunciadas son lo que más podría preocupar a Benedicto
XVI. No, la palabra clave, la que de verdad aterra oír, es un vocablo latino:
influentiam. "Influencia impropia", como parece ser que se menciona
en el informe de los tres cardenales. Que es un modo elegante de llamar al
chantaje. Los prelados que se han manchado de culpas mundanas no sólo
comprometen su conciencia, sino su comportamiento. Y cuanto más alto es su
puesto, más vulnerables son a las "sugerencias" de los laicos con los
que se han relacionado mediante lazos demasiado mundanos. […]
Respuesta tardía
"En las tentaciones está en juego
la fe. ¿Queremos seguir al yo o a Dios?"
En el ángelus del 17 de febrero,
Benedicto XVI lanza esta pregunta al mundo entero, y a quienes están más cerca
de él. Negocios indebidos, manipulaciones financieras, sospechas de blanqueo,
contactos sexuales, mercadeo de favores... Y todo ello en los aledaños del
vicario de Cristo. Un panorama ante el que no es de extrañar que las voluntades
más firmes se desesperen. ¿Se puede caer más bajo?
Se puede. Dios mío, sí se puede.
Juan Pablo II no podía tolerar cómo la
Iglesia católica se empeñaba en no ceder
"Y cualquiera que escandalizare a
uno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera si se le atase una piedra
de molino al cuello, y fuera echado en la mar" (Marcos 9, 42).
Lo más vil, lo más horrendo. Un pecado
contra Dios, un ultraje a los más indefensos, una traición de quien debía ser
amigo y apoyo, un crimen gravísimo, una mancha más que negra sobre la Iglesia.
Y la amarga constatación de que en muchas ocasiones no se ha obrado bien. No se
ha puesto remedio a muchas situaciones aberrantes. No se ha prestado socorro a
quien lo pedía. No se ha segado la cizaña que ahogaba las espigas jóvenes...
¿Por qué?
Una explicación, parcial si se quiere,
pero que arroja alguna luz sobre esta inacción viene de la experiencia del
mismo Juan Pablo II en su Polonia natal, bajo el "socialismo real",
que no podía tolerar cómo la Iglesia católica se empeñaba en no ceder, en no
ser aplastada. Muchos sacerdotes pagaron muy caro su elección por la cruz.
Algunos con la vida, como Jerzy Popiełuszko. Otros, con las calumnias puestas
en circulación contra ellos. Y las más frecuentes eran las de la homosexualidad
y la pederastia. Por eso, y porque es un trago tan difícil de asumir, en
ocasiones no se dio crédito a las voces de quien alertaba.
La suma de escándalos
Sólo en fecha tan tardía como 2001,
cuando los escándalos empezaban a acumularse y las víctimas hallaban el coraje
para proclamar la injusticia, el Vaticano se dotó de un protocolo de actuación
contenido en el motu proprio de Juan Pablo II del 30 de abril de 2001, llamado
Defensa de la santidad del sacramento, basado a su vez en las normas del Código
Canónico de 1983, y preparado precisamente por Joseph Ratzinger como prefecto
de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y de su entonces secretario
Tarcisio Bertone.
No se restaba ni un ápice a la seriedad del tema, y la carta
en la que se remitieron las instrucciones de actuación a las diócesis de todo
el mundo lo proclamaba desde el título, De delictis gravioribus ["Sobre
los delitos más graves"].
Benedicto XVI, desde el primer día, tuvo
que sofocar el escándalo antes que a castigar al culpable
Todas las acusaciones debían ser
remitidas a la Congregación dirigida entonces por el cardenal Ratzinger, y en
los casos más graves o más evidentes (un juicio secular que declare culpable al
religioso acusado, o pruebas especialmente abrumadoras), el Papa reduciría al
responsable, inapelablemente y sin más trámite, al estado laical.
Pero también
se fijaba la prescripción de los delitos en diez años desde la mayoría de edad
de la víctima.
Y se imponía, bajo pena de excomunión, el secreto más absoluto
sobre los procesos, un detalle que fue especialmente reprochado, porque se veía
como tendente a sofocar el escándalo antes que a castigar al culpable. Y, sobre
todo, antes que a defender al inocente.
Benedicto XVI tuvo ante los ojos desde
el primer día esta dolorosa tarea.
Y en abril de 2010 tomó medidas específicas
para "actualizar" el procedimiento, que no se había revelado tan
eficaz como se quería. La criticada prescripción desapareció, así como la
categórica exigencia de silencio. Y por primera vez en la historia se
estableció la obligación de las diócesis de denunciar siempre los casos a la
justicia civil. Una reacción, sí. Y en el buen sentido. Pero que en muchos
casos llegaba dolorosamente tarde.
Credibilidad de la Iglesia
No puede afirmarse en cambio que el
Santo Padre no haya luchado contra estos que ha llamado "crímenes atroces",
que han adquirido el tamaño de una plaga. […]
En su visita a Estados Unidos en
2008, Benedicto XVI se declaró, en público, "profundamente
avergonzado" por los casos que habían devastado la Iglesia de aquel país,
y lo repetiría más tarde en Australia.
Y en Irlanda, en marzo de 2010, dirigió
una carta en la que pedía perdón a quienes habían sufrido abusos, con palabras
que no daban ningún rodeo: "Nada puede deshacer el mal que habéis
soportado. Vuestra confianza ha sido traicionada y vuestra dignidad violada."
[…]
Un ejército de demonios contra los que
combatir, como una hidra de mil cabezas, o lobos hambrientos. No es cuestión de
amilanarse o de tener miedo, y así me consta. Pero sí de medir las propias
fuerzas antes de lanzarse a un combate en el que se juega la credibilidad de la
Iglesia y de sus pastores. Una baza muy alta
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