Algunos medios de comunicación sitúan
con error en el 11 de abril de 1713 el Tratado de Utrecht por el que España
cedió Gibraltar y le han dedicado recordatorios varios; sin embargo, dicho
tratado, entre Francia y Reino Unido, no afecta a Gibraltar.
Fue en el Tratado de Utrecht del 13 de
julio de 1713, entre España y Reino Unido, por el que cedimos Gibraltar y
Menorca.
(…) tras la muerte de Carlos II sin descendencia
directa, se convocó entre 1712 y 1715 una conferencia diplomática en Utrecht y
Rastadt que culminó con una serie de Tratados de Utrecht.
(…) Primero, para aprender del pasado,
¿por qué perdimos Gibraltar en apenas unas 72 horas? Porque lo dejamos
indefenso militarmente.
Gibraltar atrajo siempre a conquistadores:
era la llave de España y África (y de dos mares).
Un punto estratégico vital en el
planeta.
Cuando lo reconquista Enrique IV (1462),
le otorga privilegios haciendo del minúsculo Gibraltar cabecera jurisdiccional
plena de buena parte de la provincia de Cádiz con un conjunto de privilegios
extraordinarios que mantuvo hasta que fueron revocados en 1713, para los
británicos.
Ante la corrupta gestión del Duque de
Medina Sidonia (que se quedaba con los fondos para su defensa, como ven, en
España nihil novum sub sole), la gran Reina Isabel la Católica le retira el
mando (1501) y envía al Comendador mayor de Castilla, Garcilaso de la Vega,
para hacerse cargo de los inmensos territorios dependientes de Gibraltar y lo
vincula a la Corona (municipio de realengo).
Le da el escudo de armas con la llave de
España (cómo duele ver la llave en el centro de la bandera de la Union Jack del
gobernador británico…), aumenta sus privilegios y en su testamento incluye una
cláusula en la que encarece, como a ningún otro territorio, que sus sucesores
lo «tengan i retengan en sí i para sí la dicha ciudad; ni la enagenen de la
corona de Castilla, ni á ella ni á parte de ella de su jurisdicion civil y
criminal» .
Los reyes de Castilla añadieron siempre
entre sus primeros títulos Rex Gibraltarius.
La importancia de Gibraltar era clara:
Carlos V envía en 1535 a un marino de tronío como alcaide, D. Álvaro de Bazán
(el Viejo), junto a numerosos ingenieros para reforzar su defensa, al igual que
Felipe II y Felipe III. Felipe IV se desplazó para comprobar sus defensas en el
mar y desde tierra (y las sufrió, pues era tan difícil entrar que su carroza
tuvo que ser desmontada y entrar a pie, por lo que el Conde Duque de Olivares
abroncó al alcaide y éste le respondió con dignidad que la puerta no se había
hecho para pasar carrozas sino para que no entrasen enemigos…).
Gibraltar sufrió en esos siglos ataques
de potencias europeas (por supuesto, ingleses) y corsarias (Barbarroja se
obsesionó con Gibraltar fracasando siempre). El mando militar en Gibraltar
nunca fue inferior a teniente general de nuestros ejércitos. Creo que es bien
revelador.
Pero he aquí que a finales del XVII,
pasan unos años sin ataques, nos relajamos y se deja en 1704 una guarnición con
sólo 152 militares, de los cuales diez eran artilleros, aunque había más de 100
cañones (una buena parte inservibles). Más de 500 civiles para la lucha,
inexpertos, se sumaron a la defensa, pero la escuadra anglo-holandesa tenía más
de un centenar de barcos, centenares y centenares de cañones y más de 4.000
hombres. La ciudad, a pesar de la inferioridad, decidió luchar permaneciendo
fiel al primer Borbón. Esa misma escuadra venía de ser derrotada en Barcelona
por el virrey de Cataluña, entonces «se podía» detener la invasión; el pueblo
gibraltareño tenía honra, pero le faltaban barcos.
Tras un cañoneo brutal en la noche del 3
al domingo 4 de agosto (se dispararon más de 3.000 balas de cañón),
especialmente cuando los ingleses, cometiendo un crimen de guerra, centraron
sus cañones sobre una iglesia, refugio donde se había concentrado la población
civil inútil para el combate. El ayuntamiento de Gibraltar autorizó al
gobernador militar a proceder a la rendición (en aquella España los civiles
mandaban sobre los militares frente a la leyenda de un país supeditado a
espadones); se izó la bandera de parlamento y se rindió al almirante Rooke que,
aunque luchaba a favor de la casa de Habsburgo, la toma en nombre de la reina
Ana.
La escuadra desembarcó, no respetó el
cuartel (obligación de no atacar a los que se rinden, otro crimen de guerra en
el debe anglo-holandés), asesinaron a civiles, violaron a mujeres, profanaron
iglesias y saquearon los bienes. En honor de los oficiales ingleses, éstos
trataron de impedir los hechos de la soldadesca. Aún así, los vecinos
supervivientes votaron qué hacer, si permanecer bajo ocupación o abandonar la
ciudad, y decidieron esto último, si bien se dio libertad individual para unos
doscientos vecinos que decidieron quedarse. Así, en pocas horas, justo el
tiempo de recoger los archivos, sellos, pendones, banderas, registros
parroquiales, así como los objetos religiosos más preciados que quedaban, se
organizó la procesión cívica del éxodo, con sus autoridades civiles y militares
al frente, y se asentaron a escasos centenares de metros en la desierta ermita
de San Roque para poder volver a la patria que tuvieron que abandonar. La
memoria histórica actual solo sirve para el rencor entre españoles y no para el
homenaje de aquellos valientes y leales.
SE LE acusa al Reino Unido de retener
una plaza que conquistaba para el pretendiente austriaco al trono de España. No
nos engañemos, la guerra de Sucesión fue una coartada para apuntillar a la
España de la decadencia; en las paces de Riswick y La Haya en 1698 ya se acordó
que el Reino Unido se quedaría con Gibraltar, Menorca, Ceuta y un tercio de
Indias. Lo logró casi todo: en el Tratado de Utrecht de julio se cobra
Gibraltar y Menorca y en el de diciembre de 1713 el «asiento de negros» en las
Indias -el comercio de esclavos, allá con su conciencia descargando
parcialmente la nuestra- y privilegios comerciales y marítimos. Parte de la
escuadra vencedora en Gibraltar se dirigió más tarde a Ceuta, donde fue
rechazada.
En ese mismo año (octubre) comenzó
España su reconquista y casi lo logra si no hubiera sido por los celos y la
fatuidad de los militares franceses que deseaban que los británicos se
rindieran, no al español marqués de Villadarias, sino a un mariscal de Francia
que venía en camino para tal honor, dando tiempo a la llegada de refuerzos de
Inglaterra que malograron la hazaña de los bravos españoles. Desesperados, se
autorizó al cabildo en el exilio la fundación en 1706 del nuevo Gibraltar en
San Roque, transfiriéndole todos los privilegios que ostentaba sobre toda la
región y que se le revocaron en la cesión a los británicos. En ese siglo se
sucedieron los sitios, todos fracasados. Desde el 4 de agosto de 1704 los
ingleses reforzaron la plaza y la han hecho inexpugnable.
No hay espacio para más, pero en este
año conviene que reflexionemos sobre las fortalezas (algunas) y debilidades
(bastantes) de la reivindicación española. Gritar chulescamente nada nos
beneficia y nos pone al nivel de los hooligans gibraltareños.
Es clara la irresponsabilidad de España
en 1704, aquello pasó y lo venimos sufriendo tres siglos. Pero al menos
aprendamos hoy, incluso en tiempos de crisis: no bajemos la guardia,
precisamente en el sur, y no desmantelemos los pocos buques que tenemos. Queda
claro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario