lunes, 25 de marzo de 2013

Primero fueron a por los del PP…


Primero fueron a por los del PP…
ISABEL SAN SEBASTIÁN
Primero fueron a por los judíos,
y yo no hablé porque no era judío.
Después fueron a por los comunistas,
y yo no hablé porque no era comunista.
Después fueron a por los católicos,
y yo no hablé porque era protestante.
Después fueron a por mí,
y para entonces ya no quedaba nadie que hablara por mí.
Martin Niemöller

SÉ que se trata de un poema muy manido, pero no se me ocurre modo mejor de expresar la gravedad de lo que está ocurriendo con el infame «escrache», o acoso, desatado por ciertos movimientos «pseudo-ciudadanos», como la Plataforma Antidesahucio, contra políticos populares.
Martin Niemöller, el pastor luterano autor de esos versos, acabó en un campo de concentración por denunciar los crímenes del nazismo. Y cuando el sacerdote del presidio fue a interesarse por el motivo que le había llevado hasta allí, su respuesta fue un tratado de moralidad pública: «Dadas las condiciones en las que se encuentra nuestro país, soy yo quien debería preguntarle cómo es que no está usted aquí conmigo».
Salvando las distancias derivadas del tiempo y el contexto histórico, Esteban González Pons, la última víctima de esta práctica propia del más vil matonismo pandillero, debería interpelar de igual modo a todos y cada uno de los diputados que se sientan en los escaños de la oposición.
Porque todos y cada uno de ellos pueden verse abocados a la misma situación de indefensión en la que han estado el valenciano y su familia, condenados a servir de chivos expiatorios de la ira popular.
Todos sin excepción.
Cualquier representante del poder susceptible de ser reconocido como tal por quienes se consideran legitimados por la desesperación para tomarse la justicia por su mano y someter a los políticos al escarmiento que, según ellos, merecen.
¿O acaso no fue un gobierno socialista el que aprobó la primera ley de desahucio «express» en 2009?
¿No hubo desalojos durante la etapa de Zapatero en La Moncloa?
¿Y no fue precisamente entonces cuando las cajas de ahorros, plagadas de sindicalistas y representantes de partidos de izquierdas en sus Consejos de Administración, concedieron las hipotecas que ahora dan lugar a estas ejecuciones, contempladas en las cláusulas impuestas a los prestatarios?
La cobarde inhibición de PSOE e IU ante estas acciones de intimidación, antidemocráticas e ilícitas, recuerda a la indiferencia con la que la mayoría de los representantes del PNV contempló en su día los asesinatos de concejales del PP y el PSOE en el País Vasco, como si la cosa no fuera con ellos. Porque la cosa no iba con ellos, de hecho.
La «fatwa» de ETA afectaba únicamente a los partidos nacionales susceptibles de negociar con la banda criminal, bajo la premisa, ideada por Rufi Etxeberría, de que cuando vieran a sus compañeros «en caja de pino y con los pies por delante» se avendrían a sentarse a hablar. O sea, que era indispensable implicarles personalmente en la tragedia con el fin de obligarles a ceder. Algo parecido a lo que intentan las turbas que acosan a los electos del PP en el ámbito de su intimidad, con la pretensión de que experimenten en sus carnes lo que siente un desahuciado. ¿Será por ello que la plataforma antes citada participó el pasado mes de enero en un acto de apoyo a los presos etarras?
Esta escalada de violencia impune es tremendamente peligrosa. Los españoles tenemos memoria de lo que traen consigo estos brotes de furia desatada y sabemos que sólo engendran más brutalidad e injusticia. Es obligación del Ejecutivo resolver cuanto antes el drama de los desahucios, modificando la legislación y forzando a los bancos a demostrar más conciencia social, pero es deber de la oposición parar en seco esta locura. O la bestia que alimentan acabará devorándolos también a ellos
Feijóo no ha descubierto la pólvora al decir que su partido tiene que pedir disculpas por el caso Bárcenas, simplemente ha dicho lo que otros en el PP no dicen, o sólo dirán cuando Rajoy ponga el semáforo en verde y diga algo parecido a lo leído ayer en ABC. Núñez Feijóo es un político tranquilo y sereno, y, eso, si convenimos en entender que ambas circunstancias no son otra cosa que la ausencia de miedo, de cualquier tipo de miedo, es poco corriente en la política española. Sin miedo a que lo que diga sea o no del agrado del líder; miedo a que un error termine con su carrera; miedo a que una amistad le perjudique, a que lo dicho a un periodista contraríe a aquel que puede sacarle de una lista. Miedo, en definitiva, a ellos mismos. Por eso es tan meritorio el alarde de independencia y autonomía política que gasta el político gallego. No sé si Feijóo es o será el recambio de Rajoy, pero tengo para mi que semejante posibilidad le importa poco. Lo que sé es que él mismo demuestra que se puede estar en política y en un cargo con dignidad, y lo que es más importante, con criterio.
Cuando Elena Valenciano, la reafirmada número dos socialista, afirma que ella aprendió en el PSOE a ser crítica dentro y leal fuera está confundiendo dos conceptos que se repelen. La crítica anima la vida y procura el progreso; la lealtad, más allá de la amistad roza con lo pastueño, la ausencia de riesgo, y por último con el adocenamiento. La crítica no admite más lealtad que a la verdad, esa que hace libres a las personas. Lo demás es no querer ver el verdadero problema de los viejos y pesados partido políticos.
Nota al margen. Bárcenas asegura que es kafkiano que dos jueces disputen por él. Kafkiana es su inexplicable fortuna. Y sí, algo hay de kafkiano en la pretensión de un juez de entrar de lleno en el trabajo de otro. Quique González, en su último disco arranca una canción así: El sombrero pesa más que la cabeza. Pobre juez Ruz, tan sensato, tan prudente, tan cortefiel. Y sin borsalino.

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