Primero fueron a por los del PP…
ISABEL SAN SEBASTIÁN
Primero
fueron a por los judíos,
y yo no
hablé porque no era judío.
Después
fueron a por los comunistas,
y yo no
hablé porque no era comunista.
Después
fueron a por los católicos,
y yo no
hablé porque era protestante.
Después
fueron a por mí,
y para
entonces ya no quedaba nadie que hablara por mí.
Martin
Niemöller
SÉ que se trata de un poema muy manido,
pero no se me ocurre modo mejor de expresar la gravedad de lo que está ocurriendo
con el infame «escrache», o acoso, desatado por ciertos movimientos
«pseudo-ciudadanos», como la Plataforma Antidesahucio, contra políticos
populares.
Martin Niemöller, el pastor luterano
autor de esos versos, acabó en un campo de concentración por denunciar los
crímenes del nazismo. Y cuando el sacerdote del presidio fue a interesarse por
el motivo que le había llevado hasta allí, su respuesta fue un tratado de
moralidad pública: «Dadas las condiciones en las que se encuentra nuestro país,
soy yo quien debería preguntarle cómo es que no está usted aquí conmigo».
Salvando las distancias derivadas del
tiempo y el contexto histórico, Esteban González Pons, la última víctima de
esta práctica propia del más vil matonismo pandillero, debería interpelar de
igual modo a todos y cada uno de los diputados que se sientan en los escaños de
la oposición.
Porque todos y cada uno de ellos pueden
verse abocados a la misma situación de indefensión en la que han estado el
valenciano y su familia, condenados a servir de chivos expiatorios de la ira
popular.
Todos sin excepción.
Cualquier representante del poder
susceptible de ser reconocido como tal por quienes se consideran legitimados
por la desesperación para tomarse la justicia por su mano y someter a los
políticos al escarmiento que, según ellos, merecen.
¿O acaso no fue un gobierno socialista
el que aprobó la primera ley de desahucio «express» en 2009?
¿No hubo desalojos durante la etapa de
Zapatero en La Moncloa?
¿Y no fue precisamente entonces cuando
las cajas de ahorros, plagadas de sindicalistas y representantes de partidos de
izquierdas en sus Consejos de Administración, concedieron las hipotecas que
ahora dan lugar a estas ejecuciones, contempladas en las cláusulas impuestas a
los prestatarios?
La cobarde inhibición de PSOE e IU ante
estas acciones de intimidación, antidemocráticas e ilícitas, recuerda a la
indiferencia con la que la mayoría de los representantes del PNV contempló en
su día los asesinatos de concejales del PP y el PSOE en el País Vasco, como si
la cosa no fuera con ellos. Porque la cosa no iba con ellos, de hecho.
La «fatwa» de ETA afectaba únicamente a
los partidos nacionales susceptibles de negociar con la banda criminal, bajo la
premisa, ideada por Rufi Etxeberría, de que cuando vieran a sus compañeros «en
caja de pino y con los pies por delante» se avendrían a sentarse a hablar. O
sea, que era indispensable implicarles personalmente en la tragedia con el fin
de obligarles a ceder. Algo parecido a lo que intentan las turbas que acosan a
los electos del PP en el ámbito de su intimidad, con la pretensión de que
experimenten en sus carnes lo que siente un desahuciado. ¿Será por ello que la
plataforma antes citada participó el pasado mes de enero en un acto de apoyo a
los presos etarras?
Esta escalada de violencia impune es
tremendamente peligrosa. Los españoles tenemos memoria de lo que traen consigo
estos brotes de furia desatada y sabemos que sólo engendran más brutalidad e
injusticia. Es obligación del Ejecutivo resolver cuanto antes el drama de los
desahucios, modificando la legislación y forzando a los bancos a demostrar más
conciencia social, pero es deber de la oposición parar en seco esta locura. O
la bestia que alimentan acabará devorándolos también a ellos
Feijóo no ha descubierto la pólvora al
decir que su partido tiene que pedir disculpas por el caso Bárcenas,
simplemente ha dicho lo que otros en el PP no dicen, o sólo dirán cuando Rajoy
ponga el semáforo en verde y diga algo parecido a lo leído ayer en ABC. Núñez
Feijóo es un político tranquilo y sereno, y, eso, si convenimos en entender que
ambas circunstancias no son otra cosa que la ausencia de miedo, de cualquier
tipo de miedo, es poco corriente en la política española. Sin miedo a que lo
que diga sea o no del agrado del líder; miedo a que un error termine con su
carrera; miedo a que una amistad le perjudique, a que lo dicho a un periodista
contraríe a aquel que puede sacarle de una lista. Miedo, en definitiva, a ellos
mismos. Por eso es tan meritorio el alarde de independencia y autonomía
política que gasta el político gallego. No sé si Feijóo es o será el recambio
de Rajoy, pero tengo para mi que semejante posibilidad le importa poco. Lo que
sé es que él mismo demuestra que se puede estar en política y en un cargo con
dignidad, y lo que es más importante, con criterio.
Cuando Elena Valenciano, la reafirmada
número dos socialista, afirma que ella aprendió en el PSOE a ser crítica dentro
y leal fuera está confundiendo dos conceptos que se repelen. La crítica anima
la vida y procura el progreso; la lealtad, más allá de la amistad roza con lo
pastueño, la ausencia de riesgo, y por último con el adocenamiento. La crítica
no admite más lealtad que a la verdad, esa que hace libres a las personas. Lo
demás es no querer ver el verdadero problema de los viejos y pesados partido
políticos.
Nota al margen. Bárcenas asegura que es
kafkiano que dos jueces disputen por él. Kafkiana es su inexplicable fortuna. Y
sí, algo hay de kafkiano en la pretensión de un juez de entrar de lleno en el
trabajo de otro. Quique González, en su último disco arranca una canción así:
El sombrero pesa más que la cabeza. Pobre juez Ruz, tan sensato, tan prudente,
tan cortefiel. Y sin borsalino.
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