jueves, 28 de febrero de 2013

Cuento para un charnego


MAYTE ALCARAZ

Navarro, Chacón, Montilla y Maragall endulzaron sus carreras a cambio de vender el puño, la rosa y hasta el rosario socialista


Para preparar este artículo tengo entre mis manos un documento que encendería las alarmas en cualquier hogar de Cunit o de Segur de Calafell, en las comarcas charnegas de Tarragona, donde se habla el castellano, se vibra con la selección, se aplaude al Rey cuando inaugura una fábrica y hasta ayer se votaba PSC con los ojos cerrados. El papel muestra las cuentas de Cataluña en tiempos de otro charnego, José Montilla, que rindió tributo a la bancarrota y puso los lunes al sol nacionalista a sus electores: socialistas, antiburgueses y españoles de toda la vida.
Volvamos a ese hogar tarraconés. Allí vive una pareja, ambos hijos de inmigrantes, ella andaluza y él murciano, que en un alarde de generosidad y lealtad a sus «pares» ya muertos, han seguido engordando la desatendida bolsa de votos del PSC en el cinturón industrial de Cataluña. Allí se vivió con indignación no solo los 35.000 millones de deuda que llegó a contraer el de Iznájar abocando al abismo a la Comunidad, sino las sanciones que el socialista impuso a muchos tenderos del pueblo por colocar letreros comerciales en castellano.
Desde 1978, cuando el PSC se fusionaba con la federación catalana del PSOE, tras el llamado «Pacto del Betis», en esa casa de inmigrantes en Cataluña nunca se vio con buenos ojos cómo la burguesía catalana, encabezada por gente como Maragall, educado en la escuela Virtelia junto a Miguel Roca, se hacía con el poder en el PSC.
«Es la gauche divine», se quejaban esos votantes andaluces, murcianos o extremeños que llegaron con una maleta de cartón en el último tercio del siglo XX y que vivieron en minipisos de 40 metros cuadrados.
Pero ese suelo de electores entregados a la causa socialista resistió al coqueteo obsceno de una pretendida izquierda con la más rancia y xenófoba derecha: la que representa el nacionalismo excluyente.
Hoy, más de un cuarto de siglo después, aquel aparato del PSC, que se autollamaba «los capitanes», ha perdido la guerra.
Su sueño proletario y social se ha diluido como un azucarillo en el café con el que Pere Navarro y antes Carme Chacón y antes Montilla y antes Maragall han endulzado sus carreras políticas a cambio de vender el puño, la rosa y hasta el rosario socialista al irresponsable secesionismo, alimentado durante treinta años de adoctrinamiento en las escuelas y florecido en dos generaciones de odio a España. 
En este hogar catalán solo creían, hasta ahora, en santos laicos: el del trabajo, la solidaridad, el compromiso, el reparto equitativo de la riqueza y la democracia. Mientras Dios parecía dormido, en sugerente reflexión del Papa, el PSC traicionó a los «pares», se encamó con mafiosos, saqueó Ayuntamientos y pegó un micrófono en la tumba del PSOE. Por si resucitaba

No hay comentarios: