MAYTE
ALCARAZ
Navarro,
Chacón, Montilla y Maragall endulzaron sus carreras a cambio de vender el puño,
la rosa y hasta el rosario socialista
Para
preparar este artículo tengo entre mis manos un documento que encendería las
alarmas en cualquier hogar de Cunit o de Segur de Calafell, en las comarcas
charnegas de Tarragona, donde se habla el castellano, se vibra con la
selección, se aplaude al Rey cuando inaugura una fábrica y hasta ayer se votaba
PSC con los ojos cerrados. El papel muestra las cuentas de Cataluña en tiempos
de otro charnego, José Montilla, que rindió tributo a la bancarrota y puso los
lunes al sol nacionalista a sus electores: socialistas, antiburgueses y
españoles de toda la vida.
Volvamos
a ese hogar tarraconés. Allí vive una pareja, ambos hijos de inmigrantes, ella
andaluza y él murciano, que en un alarde de generosidad y lealtad a sus «pares»
ya muertos, han seguido engordando la desatendida bolsa de votos del PSC en el
cinturón industrial de Cataluña. Allí se vivió con indignación no solo los
35.000 millones de deuda que llegó a contraer el de Iznájar abocando al abismo
a la Comunidad, sino las sanciones que el socialista impuso a muchos tenderos
del pueblo por colocar letreros comerciales en castellano.
Desde 1978, cuando el PSC se fusionaba con la federación
catalana del PSOE, tras el llamado «Pacto del Betis», en esa casa de
inmigrantes en Cataluña nunca se vio con buenos ojos cómo la burguesía
catalana, encabezada por gente como Maragall, educado en la escuela Virtelia
junto a Miguel Roca, se hacía con el poder en el PSC.
«Es la gauche divine», se
quejaban esos votantes andaluces, murcianos o extremeños que llegaron con una
maleta de cartón en el último tercio del siglo XX y que vivieron en minipisos
de 40 metros cuadrados.
Pero ese suelo de electores entregados a la causa
socialista resistió al coqueteo obsceno de una pretendida izquierda con la más
rancia y xenófoba derecha: la que representa el nacionalismo excluyente.
Hoy, más de un cuarto de
siglo después, aquel aparato del PSC, que se autollamaba «los capitanes», ha
perdido la guerra.
Su sueño proletario y social se ha diluido como un
azucarillo en el café con el que Pere Navarro y antes Carme Chacón y antes
Montilla y antes Maragall han endulzado sus carreras políticas a cambio de
vender el puño, la rosa y hasta el rosario socialista al irresponsable
secesionismo, alimentado durante treinta años de adoctrinamiento en las
escuelas y florecido en dos generaciones de odio a España.
En este hogar catalán solo
creían, hasta ahora, en santos laicos: el del trabajo, la solidaridad, el
compromiso, el reparto equitativo de la riqueza y la democracia. Mientras Dios
parecía dormido, en sugerente reflexión del Papa, el PSC traicionó a los
«pares», se encamó con mafiosos, saqueó Ayuntamientos y pegó un micrófono en la
tumba del PSOE. Por si resucitaba
No hay comentarios:
Publicar un comentario