Una senadora balear del PP relata su experiencia como
apoderada del partido en Basurto.
Larga experiencia como apoderada del PP, siempre en Palma de
Mallorca y casi siempre en un colegio electoral en el que los votantes son, en
su gran mayoría, conservadores. Lo de hoy va a ser distinto: me estreno como
apoderada del PP en las elecciones vascas, concretamente en Bilbao, en el
colegio de Basurto.
Me he prestado voluntaria, no por afición ni porque carezca
de mejor plan para pasar el domingo. Admiro profundamente a la gente del PP
vasco, su resistencia y la firmeza de sus convicciones, y sé de su dificultad
para conseguir afiliados dispuestos a acudir a los colegios electorales con una
acreditación colgada al cuello que no les convierte, ni de lejos, en los más
populares de la reunión.
Quizás por eso no me sorprende demasiado ver a tres escoltas
que van a acompañarnos a lo largo de todo el día. La presencia como apoderados
de Juana Iturmendi, senadora autonómica e histórica dirigente del PP bilbaíno,
así como la de Germán López Bravo, el irreductible concejal de Alkorta,
justifica lo que en cualquier rincón de España resultaría incomprensible.
El recorrido por las distintas mesas del colegio nos deja
con la sensación de ser invisibles. Nadie cruza la mirada con nosotros, como si
realmente no nos viesen o simplemente no existiésemos para ellos. El día va a
ser largo, así que decido integrarme. Cojo una silla de cualquier parte y me
siento junto a los miembros de una de las mesas que debo supervisar. Como
únicos interventores, uno de Bildu y otro del PNV. Este último me recibe con un
«tú que pareces normal, ¿cómo es posible que seas del PP?». Lo mismo podría
preguntarle a él y así lo hago. Roto el hielo, la invisibilidad se diluye,
colaboro con los miembros de la mesa y, pasadas unas horas, me doy cuenta de
que quien ha pasado a ser invisible es el interventor de Bildu, que permanece
callado y aislado del resto.
La llegada de su coordinadora cambia las cosas. De pronto el
clima de pseudonormalidad se rompe cuando ésta amenaza con impugnar la mesa a
cuenta de un voto por correo que considera dudoso. Quizás sea la falta de
costumbre de participar en procesos democráticos, o puede que a Bildu le
preocupe el voto por correo. Una vez que se va, se nota una clara sensación de
alivio en la mesa.
A la hora de comer, la participación llega al 45%. La gente
ha llegado casi en grupos y en familia: la misa de 12.00, la de las 13.00, me
dicen. Algún guiño, alguna sonrisa, alguna muestra de apoyo en voz baja; sin
embargo, el montón de papeletas del PP permanece inalterado. Quiero creer que
se trata de voto oculto. Por si acaso, reviso las cabinas: ahí, aunque tapadas
por las de otros partidos, las papeletas han disminuido ligeramente.
Llegada la tarde, la participación sigue aumentando y los
interventores de Bildu también. Las primeras noticias que se van recibiendo
parecen alegrar tanto a aquéllos como al del PNV. De hecho, la presidenta de la
mesa no duda ya en definirse como miembro activo de este partido.
Las 20.00 horas, se cierra el colegio y empieza el escrutinio
en la mesa: sorprendentemente, aunque a mucha distancia del PNV, el PP aparece
como la segunda fuerza más votada, seguida del PSOE y, a mucha distancia,
Bildu. Lo mismo ocurre en la mesa de al lado. Sin embargo, ya sé que esos
resultados nada tienen que ver con los cosechados en el resto de Vizcaya y,
mucho menos, con los del conjunto del País Vasco. Me dirijo al hotel de
concentración del PP vasco: «Hemos llegado hasta aquí, y ahora toca seguir
trabajando», nos dice Antonio Basagoiti. Es cierto, nadie dijo que fuera a ser
fácil. Mis primeras elecciones vascas. No serán las últimas.
Gari Durán es senadora del PP por Mallorca.
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