Pretender a estas alturas del siglo XXI separar por sexos a
los alumnos, favorecer la enseñanza concertada o privada en detrimento de la
pública… Está muy bien, desde luego, garantizar la posibilidad de elegir el
castellano como lengua vehicular frente a ese invento neofranquista, la
inmersión lingüística, pero no se trata de “españolizar” a nadie (aunque otros
si hablen sin escándalo público de “euskaldunizar” o “catalanizar”) porque ser
español no es nada distinto a ser catalán, vasco, gallego o andaluz: consiste
en saber que se es cualquiera de esas cosas junto con los demás y bajo una
estructura política común. Precisamente para explicar este patriotismo constitucional
hubiera venido bien la asignatura de Educación para la Ciudadanía, suprimida
por el ministerio para satisfacer a los supersticiosos…
(...)
¡Cómo no hundirse en un mar de dudas cuando vemos que los
medios de comunicación más críticos con los recortes gubernamentales y la
flexibilización laboral adoptan en sus empresas medidas no menos drásticas para
capear la crisis! Es imposible creer que unos hacen para seguir siendo
virtuosos lo que Rajoy comete por capricho o torpeza servil…
(...)
Quizá lo más inquietante de todo, en cualquier caso, sea lo
que la pereza mediática denomina “el desprestigio de los políticos” y que en
realidad es más bien el del oficio de ciudadanos. Su síntoma más evidente es lo
ocurrido el 25-S: si escuchamos a los demagogos, el único problema del día
fueron ocasionales excesos policiales magnificados hasta la estatura de
anuncios de una nueva dictadura. Pero en cambio no les parece nada preocupante
que un número considerable de gente acuda a una convocatoria que pretende
cercar el Parlamento, sitiarlo hasta que dimita el Gobierno y reformar allí
mismo la Constitución, de acuerdo a parámetros callejeros que piadosamente se
nos ahorran. No se trata de un hostigamiento a los políticos —porque en
democracia políticos somos todos, tanto los parlamentarios como los sitiadores—
sino de una falta de respeto mayúsculo a millones de conciudadanos que habían
elegido con acierto o sin él pero en ejercicio de su derecho democrático a
tales representantes. El auto del juez Pedraz alivia la responsabilidad de los
detenidos ese día invocando “la reconocida decadencia de la clase política”.
Dado que según el vocerío los únicos más desprestigiados que los políticos son
los jueces, me gustaría saber qué pasará el día que militantes de Batasuna
decidan cercar la Audiencia Nacional hasta que no dimita toda ella en bloque y
cambie la legislación antiterrorista…
(...)
Sin especial entusiasmo por buena parte de los
parlamentarios en ejercicio, no tengo por qué suponerles más venales, peor
informados o menos capaces que quienes gritaban contra ellos en Neptuno. Más
bien lo contrario, considerando algunos lemas que allí se exhibieron o el
estrafalario teórico que se podía leer en los medios digitales que les apoyaban
con mayor ahínco. El derecho a manifestarse contra la política gubernamental es
indiscutible y su ejercicio de lo más lógico, en vista de cómo estamos.
Pero no
sirve para establecer una barrera mucho peor que la policial, una barrera
mental entre ellos “los malos” y nosotros “los puros y buenos”. Y no deja de
sorprenderme el interés mediático que despiertan las convocatorias en la calle
en contraste con el desinterés o la hostilidad que rodea a quienes, no menos
disconformes con lo actualmente establecido que ellos, han propugnado en los
últimos años la difícil formación de nuevas organizaciones políticas como
alternativas a las existentes. Por lo visto apasiona el que se queja pero no el
que se dedica dentro de nuestro sistema, con paciencia y determinación, a
buscar representantes distintos en vez de abuchear a los existentes.
(Fernando Savater) Nuestros trastornos (Tribuna El País)
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