jueves, 24 de mayo de 2012

Las naciones sentimentales


Es UN CLARO síntoma de salud y juventud que aún me sobresalte la cara dura del nacionalismo, y la de sus compañeros de viaje socialdemócratas. Llevan 112 años haciendo política del fútbol, distribuyendo la plusvalía fundacional de la nación catalana («més que un club») e incurriendo incluso en descripciones de alto fuego semiótico como las del acharnegao Montalbán cuando dijo que el Barça era el ejército armado de Cataluña. Y ahora le reprochan a la presidenta Aguirre que mezcle la política con el fútbol, porque ésta ha declarado que el Estado debe actuar ante la injuria al himno de España que preparan los nacionalistas vascos y catalanes en un partido que hay el viernes. Pero si se soslaya el espectáculo de la cara dura hay algo de gran interés en este asunto.

Cuando en 1989 el Tribunal Supremo norteamericano dictaminó por cinco votos a cuatro que quemar la bandera de EEUU no era ilegal, el juez William J. Brenan escribió en su explicación de voto, según la transcripción que hizo entonces el periodista Carlos Mendo: «Es irónico y a la vez fundamental que la bandera deba también proteger a aquellos que no la acatan.» Irónico, fundamental, maravilloso y conmovedor. Lo que la bandera de los EEUU está diciéndole a los cafres es que la libertad es ignífuga. Y aún más, mucho más: que el poder, el poder de la libertad, está por encima del textil y de los sentimientos. Esta apreciación tiene un valor grandioso; y señala un grado evolutivo en la historia de las naciones que han pasado de ser pozos de sentimentalidad a ámbitos de la ley.

La vida simbólica presenta en España muchas y desagradables asimetrías. Destaca que la bandera, el himno del Estado y la iconografía institucional estén sujetas al desprecio constante, y, muchas veces, a la nítida agresión de los nacionalistas. Por el contrario, y como todo el mundo sabe, los símbolos de los nacionalistas son intocables
 La hipótesis de una pitada a Els Segadors o la quema de la ikurriña son hechos puramente inconcebibles. La razón es algo más sofisticada de lo que parece: ni ese himno ni esa bandera amparan nada más que sentimientos, convencionalmente textiles. La edad madura en que esos símbolos alcancen la posibilidad de amparar también la libertad y la disidencia está todavía lejana. De ahí que los insultos que hoy dirigen los nacionalistas a los símbolos del Estado español no sean más que expresión de su propio naturaleza faltona. De lo que les falta. Arcadi Espada (El Mundo)

No hay comentarios: