RESULTA descorazonador que, en el año en que conmemoramos —poco, eso sí— el centenario de la muerte de Joaquín Costa, sigan estando vigentes muchas de las demandas de tan ilustre aragonés, apóstol del Regeneracionismo.
Costa, por resumir, entendía que la oligarquía instalada era la principal responsable del atraso español y dividía a los oligarcas en tres grandes grupos; los líderes de los grandes partidos nacionales, los caciques locales que hoy se corresponden con los barandas del sistema financiero y, decía él, los gobernadores civiles —el poder de cercanías— que, en función de las mutaciones constitucionales, han sido relevados por los diecisiete presidentes autonómicos electos.
Si se le añade a esos tres lotes, entendidos con criterio de actualidad y no de recreación histórica, el poder sindical y el patronal tendremos un esquema válido de nuestra realidad presente.
Un magma que no se proyecta en el Legislativo y trata de ahormar al Ejecutivo.
Costa, gran predicador en el desierto, no veía otra cura para devolverle a España la salud que en el fondo nunca tuvo que la intervención de un «cirujano de hierro».
Alguien capaz de cortar por lo sano para aislar hasta su consunción esos tres lotes oligárquicos.
Si confiamos en Mariano Rajoy para asumir ese papel, tan difícil como necesario, hay que animarle recordándole que, en razón de las crisis agravadas por su predecesores, el cuerpo nacional ya está anestesiado y sofronizado.
El mismo zapaterismo que ha propiciado el agravamiento de la enfermedad ha roto el orden y el concierto en las filas socialistas y ello, en un bipartidismo factico, facilita la práctica quirúrgica.
Con buen sentido, a la espera de que se cumplan las formas de su investidura, el próximo presidente del Gobierno de España se muestra diligente y recibe, sin más compañía que la de su legitimidad democrática, a los actores no parlamentarios de la realidad nacional que tantas veces se irroga una representación popular que no consta más que en los 350 titulares de los asientos del Congreso. Rajoy explora el territorio y prospecta el ánimo de los mal llamados agentes sociales y otros protagonistas de relevancia más social y económica que política.
Después de más de treinta años en el ejercicio de cargos y representaciones le corresponde ahora enmendar el curso de la Historia y aplicar con fuerza el bisturí que debe suprimir los muchos tumores y malformaciones que afectan al cuerpo nacional y su funcionamiento.
Las indecisiones que le disminuyeron como líder de la oposición pueden engrandecer ahora su calidad de Gobierno. Amén y que Joaquín Costa le inspire.
Manuel Martín Ferrand.
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