Crítica de algunos aspectos de la idea de España presente en «Una idea actual de España» de José Luis Rodríguez Zapatero, discurso leído en la presentación del número cien de la revista La aventura de la historia, en Madrid, el 1º de febrero de 2007
El Catoblepas • número 63 • mayo 2007 • página 1.- Antonio Romero Ysern
José Luis Rodríguez Zapatero
es filósofo de España porque es filósofo español, nacido en España.
Es filósofo
como lo somos todos, independientemente de tener o no una «licenciatura en filosofía». Lo es, por ejemplo, de forma inevitable, en la medida que, como veremos, Zapatero, emplea términos como «esencia» o «identidad».
Otro asunto es que la filosofía de Rodríguez Zapatero sea una filosofía deleznable, casi infantil, como lo es, por ejemplo, cuando todo lo que alcanzó a decir de la idea de Nación es que es un «concepto discutido y discutible»{1} (podría haber dicho también que se trataba solo de una «cuestión semántica»).
La filosofía de Zapatero se caracteriza, en muchos de sus tramos, como una manifestación del «pensamiento Alicia».
(...)
Pero el título de este artículo también alude al otro sentido del genitivo:
Zapatero filosofa sobre España. «España» ha sido tema de sus reflexiones. Es más, no conocemos ninguna otra formulación tan desarrollada y explícita de la filosofía de Zapatero como la que tuvo como tema precisamente «España», en su conferencia «Una idea actual de España», intervención del presidente del gobierno en el acto de presentación del número cien de la revista La aventura de la historia, en Madrid, el 1º de febrero de 2007.
Algunos aspectos de ese texto son los que nos proponemos comentar en lo que sigue.
1.
¿Desde cuando existe España?
Son muchos los que no han dudado en hacer «españoles», por ejemplo, a Averroes; no son pocos los que han considerado, incluso, que ya los numantinos que se enfrentaron a Publio Cornelio Escipión Emiliano eran españoles. Naturalmente,
la respuesta que pueda darse a la pregunta que da título a este epígrafe, dependerá de la idea de España que se tenga.
Sin embargo,
el actual presidente del gobierno nos ha sorprendido con una tesis no muy usual. En el texto que comentamos podemos leer:
«En Tartessos o Iberia, en Hispania o Al-Andalus, en Sepharad o España, todos los que hemos vivido en esta tierra, desde que dejamos huella en las pinturas de Altamira hasta que nos reconocemos en Las Meninas, Los fusilamientos de Madrid o El Guernica, todos, hemos tenido una visión de España.»
Lo más sorprendente no es que Zapatero retrotraiga el comienzo de España, no ya a Tartessos, sino incluso a las pinturas de Altamira, por tanto al Paleolítico Superior.
(¿Considerará también ya español, concretamente burgalés, a Miguelón, el cráneo número cinco de la Sima de los Huesos, en Atapuerca, con independencia de que no se trate propiamente de un homo sapiens, sino de un homo heidelbergensis?{2}).
Pero, insistimos, en que no es eso lo más sorprendente, sino que
Zapatero, amén de españoles, hace a los hombres de Altamira filósofos, al menos en cuanto que poseedores de una «visión de España». Por tanto, mucho antes de España frente a Europa o de España invertebrada, incluso muchísimo antes de que Isidoro de Sevilla compusiera una Laus Hispaniae, ya en Altamira se tenía, al decir de Zapatero, una visión de España.
¿Dónde se encontraría, sin embargo, ejercida esa «visión de España» de los períodos Solutrense y Magdaleniense?.
¿Acaso asocia los bisontes de Altamira al toro e identifica, a su vez, a éste con un símbolo de España{3}? Si, a su vez, Zapatero asocia al toro al toreo, el actual presidente del gobierno español estaría haciendo suya la frase de Don José Ortega y Gasset: «La historia del toreo está ligada a la de España, tanto que sin conocer la primera, resultará imposible comprender la segunda.» Zapatero, orteguiano, asociaría Altamira a sus bisontes, estos a los toros y estos a la «fiesta nacional», clave, gnoseológica al menos, de la identidad de España.
Sin poder negar esa interpretación de la oscurísima afirmación del filósofo Zapatero, aventuramos otra, con más apoyo en el texto que comentamos.
Dice Zapatero que España es un país: «(...) cuya esencia, cuya sustancia, cuya identidad, residen en los 45 millones de seres humanos que lo constituimos.»
Desde el primer capítulo de España frente a Europa, concretamente desde los apartados dedicados a «La unidad y la identidad de España» y, sobre todo, el titulado «La identidad se dice de muchas maneras», donde se ofrece una clasificación de las ocho maneras diferentes de entender la unidad y la identidad de España, esta concepción de Zapatero de la «esencia, sustancia e identidad» de España encaja perfectamente en el sexto de los modelos ofrecidos por Gustavo Bueno{4}, cuando la unidad de España asume la identidad de parte distributiva de una totalidad distributiva envolvente:
«España se nos aparecerá entonces como una totalidad distributiva de elementos que, a su vez, se concebirán como pertenecientes a otra totalidad envolvente, sólo que esta ya no tendrá por qué concebirse como «totalidad finita», intermedia{5}, puesto que podrá entenderse como la «totalidad universal», es decir, como «Género Humano», o Humanidad (...)»{6}
Desde este modelo quizás sí podamos hacer más inteligible la tesis de Zapatero. No la tesis de que los hombres que pintaron la cueva de Altamira tuvieran «una visión de España», pero sí, al menos la tesis que los hace españoles{7}. Serían españoles precisamente en cuanto miembros del «Género Humano», o la «Humanidad», que habitaban la Península Ibérica, aunque fuera en el Magdaleniense.
Inmediatamente después añade Zapatero:
«Porque España es sobre todo el trabajo, la vida, las aspiraciones y deseos de todos los que aquí vivimos. De los que nacimos aquí y de los que, en un acto cuyo valor profundo todavía debemos reconocer, han decidido libremente incorporarse a nuestra historia y contribuir a crearla para nuestros hijos y nietos –los de todos–.» (subrayado nuestro, A.R.Y.).
Vemos aquí, de nuevo, la misma idea, añadiéndosele el guiño retórico a los inmigrantes, desde el sentimentalismo habitual en él. Lo que Zapatero sería incapaz de responder, desde esta retórica, es por qué no dejar entrar también a tantos otros «millones de seres humanos» que, además de esos 45 que ya están, quieran formar parte del montón de «homo sapiens» que viven ya en el dintorno de España.
Para terminar con esta idea, sigue el filósofo de Valladolid:
«La España en que queremos vivir y convivir es la España constitucional, y la España constitucional es la España de los ciudadanos, la España de los españoles con derechos, de los españoles libres que se autogobiernan y son dueños de su presente y de su futuro.»
Pero, por todo lo dicho, los «ciudadanos» no son tanto «ciudadanos españoles», sino más bien «ciudadanos del mundo»... que viven en España. Así se entiende que la nueva «educación para la ciudadanía» no consista sino en la transmisión doctrinal de ese humanismo de la izquierda híbrida (entre socialdemocracia y libertarismo){8}.
2.
«Pensamiento Alicia» en el discurso del presidente
2.1. España anegada en la fraternidad universal:
Este carácter híbrido, de socialdemocracia y libertarismo, hace que Zapatero entronque con algunas ideas del anarquismo que Gustavo Bueno apuntaba ya en España frente a Europa como características de ese modelo de entender la unidad de España desde la identidad de parte distributiva de una totalidad distributiva, en este caso universal:
«El internacionalismo que figuraba en las banderas anarquistas de la España de Fernando Garrido, se fundaba, sobre todo, en un ideal de fraternidad universal sobreañadido a una concepción distributiva de la Humanidad, como conjunto de todos lo individuos humanos.»{9}
También ya en España frente a Europa, Bueno mencionaba, para ilustrar ese sexto modelo, al que nos venimos refiriendo, a Pi Margall, y su obra Las Nacionalidades, como exponente de un federalismo radical que no se detiene en Europa, o en cualquier otra «totalidad intermedia», sino que tiene como límite la unidad del «Género Humano».
Este presidente de la primera república española aparece también en el importante (para diagnosticar la filosofía de España del filósofo vallisoletano) capítulo once de Zapatero y el pensamiento Alicia. Un presidente en el país de las maravillas{10}, titulado «Sobre el humanismo». Capítulo importante principalmente porque es en él donde aparece el antecedente quizás clave del «pensamiento Alicia», dentro de la Historia del Pensamiento: toda la corriente ideológica que arranca del krausismo y, pasando por la Institución Libre de Enseñanza, empapa la actual socialdemocracia española.
Aunque dicho análisis de Gustavo Bueno está centrado, sobre todo, en el Ideal de la Humanidad de Julián Sanz del Río, en él aparece repetidamente Pi Margall, del que anteriormente ya Bueno había citado esta profunda reflexión:
«Antes que español soy hombre»{11}
Profunda reflexión con la que probablemente estaría de acuerdo nuestro actual presidente, por cuanto la esencia y la identidad de España, recordemos, están precisamente en los 45 millones de hombres que la habitan. Otros dirían «hombres y mujeres». O, incluso, solo «mujeres», como hizo el propio Zapatero en un congreso de mujeres, al hacer suya literalmente la frase de Virginia Woolf: «En mi condición de mujer no tengo patria. En mi condición de mujer, no quiero tener patria. En mi condición de mujer, mi patria es el mundo entero».
El humanismo metafísico del presidente, por el que la unidad e identidad de España queda anegada en el género humano, entronca, en sus reflexiones sobre España, directamente con Pi Margall, que proclama la «igualdad absoluta de todos los que componen la humanidad en el tiempo y en el espacio» (en su caso, desde el dogma de la «unidad divina» y, por tanto, del «género humano»). Igualdad que en el caso de Zapatero, permite identificar como españoles a los habitantes de Tartessos, Iberia, Hispania, Al-Andalus, Sepharad... a «todos los que hemos vivido en esta tierra»... incluso desde Altamira, y hasta los cuarenta y cinco millones actuales de cosmopolitas con residencia habitual en el Reino de España.
¿Qué más fácil, por tanto, para nosotros, cuarenta y cinco millones de cosmopolitas con residencia habitual en España, que aliarnos con cualesquieras otros subconjunto de hermanos? (incluso cuando uno de esos subconjuntos sea, por ejemplo, el de los sarracenos dispuestos a recuperar Al-Andalus). Y, por otro lado, ¿qué más fácil que dividir ese conjunto de cuarenta y cinco millones en diecisiete subconjuntos, también de hermanos? (incluso cuando sean hermanos secesionistas y, en algunos casos, terroristas). ¿Cómo no convertir en algo «discutido y discutible» cualquier subconjunto dentro de la «Humanidad»? Basta con saltar al otro lado del espejo.
2.2.
España en el progreso de la Humanidad.
Para Zapatero, el actual régimen político es el momento de la historia de España en el que más ha «progresado» ésta
«(...) se puede afirmar que España ha progresado más en solo tres décadas, y los españoles se han beneficiado más de ese progreso que en varios siglos juntos de nuestra historia reciente.»
Pero, algo más adelante, afirma de forma mucho más rotunda:
«Más pronto que tarde llegará el momento en que se aprecie la fortaleza, la fortaleza democrática, que viene acreditando el Estado; el nuestro. Que ha permitido encauzar democráticamente los conflictos, que ha demostrado su capacidad de integrar, democráticamente, a todas las ideologías en la tarea de gobernar los destinos colectivos.
Esa es la fortaleza del Estado. Esa es la realidad del ser de España. Soy de los que piensan que el futuro siempre será mejor. Eso me lo ha enseñado la historia. Y eso es lo que quiero contribuir a asegurar para mi país.»
«El progreso de España» en las últimas tres décadas ha podido ser más rápido, pero, en cualquier caso un cierto progreso era previsible, por cuanto Zapatero es de los que piensan que el «futuro siempre es mejor». Si el futuro será siempre mejor, podemos suponer que, en general, el futuro siempre ha sido mejor que el pasado. A partir de lo cual es también fácilmente deducible esta otra tesis de nuestro filósofo:
«Y la España que ha de venir seguirá el rumbo del progreso común, compartido.»
Lo que no queda claro es por qué hace falta «contribuir a asegurar» algo que en cualquier caso va a ocurrir. Si Zapatero fuera consciente de la dificultad que aquí se le plantea, tendría que estudiar la polémica de auxiliis. Pero entonces ya abandonaría el simplismo de una ideología que nada ha querido saber nunca de la tradición filosófica de España. Una ideología, esta del «progreso», que, de nuevo, entronca con la fuente principal del «pensamiento Alicia» del presidente: el krausismo del «Ideal de la Humanidad» de Julián Sanz del Río.
El progresismo armónico de Sanz de Río va referido a la «Humanidad». Zapatero, en este caso, lo circunscribe a España. Pero en ambos casos se trata del mismo progreso suave, pacífico, gradualista que hace al socialismo optimista y conformista. A diferencia, por cierto, del marxismo, en particular, leninista, más consciente de lo irreducible del «mal»:
«En este punto el marxismo más radical, el que recogerá Lenin, asumirá posiciones prácticamente próximas a las del catolicismo tridentino (jerarquía, dictadura, «inquisición», además de «planificación central»). Y, por repugnantes que puedan resultar hoy estos métodos –sobre todo en los días en los cuales, en la sociedad de bienestar, el krausismo parece haber ganado la batalla ideológica al marxismo leninismo-, difícilmente podríamos no reconocerle, al menos, la conciencia más profunda de la complejidad de lo real, frente al simplismo del progresismo global conformista y acomodaticio»{12}
Simplismo «Alicia» porque, como continúa Gustavo Bueno, se alimenta de una idea como la de progreso que solo tiene sentido referida a una materia concreta y definida (progreso en la velocidad de los vehículos de transporte, progreso en la medicina & c.), perdiendo todo su sentido al ser referida al «conjunto de todas las líneas de progreso»: el progreso de determinadas líneas puede ser incompatible, contradictorio con el de otras. Y, por tanto, supone una petición de principio el pensar que la resultante de la confluencia de una serie de líneas de progreso, supondrá también, en su conjunto, un «Progreso». Simplismo que, sin embargo, permitirá siempre la estúpida sonrisa de quién sabe que, finalmente, todo saldrá bien.
2.3. «Paréntesis» en el «Progreso»: La Dictadura de Franco.
Este progreso de España, en el que el futuro es siempre mejor que el pasado, tuvo, sin embargo, para Zapatero, una «dolorosa excepción»: el período de la dictadura franquista. La «dolorosa excepción» lo es concretamente con respecto a Europa, que queda convertida así en referente del «progreso».
Zapatero está dispuesto a conceder que, después de nuestra realidad imperial, como potencia primera del mundo, España no cesó de «progresar» a lo largo de los siglos XVIII, XIX, y así... hasta el franquismo:
«En una larga etapa, en la que en nuestro entorno se estabilizaban las democracias, se ampliaban los derechos, se secularizaban las sociedades, se asentaban los Estados de Bienestar, o se iniciaba el proceso de construcción europea, estábamos más alejados de Europa que en cualquier otro momento de nuestras supuestas o reales crisis históricas.»
Desde el simplismo de Alicia no se pueden entender las contradicciones sociales y la confrontación de diversos planes políticos, lo suficientemente enfrentados como para generar una guerra civil (donde, además, hubo momentos de otra guerra civil en el seno del bando del Frente Popular).
Por ello, que hubiera una guerra civil y, posteriormente, un bando vencedor, con todo lo que eso implica, aparece desde el progresismo suave, pacífico y gradualista, como algo imposible de digerir. «¿Cómo después de siglos y siglos de «progreso» ocurren esas cosas?» se preguntaría Alicia inocente.
Igual de ininteligible resulta que, tras esa, «dolorosa excepción» de cuarenta años, no es que se haya vuelto ya a la senda del progreso, sino que:
«España ha progresado más en solo tres décadas, y los españoles se han beneficiado más de ese progreso que en varios siglos juntos de nuestra historia reciente.»
Admitiendo «ad hominem» ese «progreso» de las últimas tres décadas, ¿tendrá que ver ese «progreso» con el hecho de que durante la «dolorosa excepción», España pasó de ser un país subdesarrollado a convertirse en la novena potencia económica e industrial del mundo? ¿tendrá que ver con el hecho de que la dictadura de Franco hizo el «trabajo sucio» necesario para cualquier acumulación capitalista?
Y, desde el punto de vista político, ¿no hay una total continuidad entre la «dolorosa excepción» y la actual «democracia coronada»?
Resultado de la Ley de Sucesión, las Cortes franquistas nombran el 22 de Julio de 1969 a don Juan Carlos como sucesor de Franco y son esas mismas Cortes las que proclaman rey de España a don Juan Carlos al día siguiente de la muerte del dictador.
Como es sabido, es don Juan Carlos el que maniobra para sustituir a Arias Navarro por Adolfo Suárez, presidente un gobierno estrictamente franquista... y presidente del primer gobierno democrático.
El mismo Suárez, al que Zapatero en este discurso reconoce, junto con Calvo Sotelo, el haber «contribuido a poner en marcha y a culminar el proceso constituyente», ¿no fue procurador en Cortes por Ávila en 1967 y gobernador civil de Segovia en 1968, en 1969 Director General de Radio Televisión Española, y en 1975, Vicesecretario General del Movimiento, todo ello durante la «dolorosa excepción»?.
El mismo Suárez que promueve que en noviembre de 1977 las Cortes franquistas aprueben, por 425 votos a favor con 59 votos en contra y 13 abstenciones, la Ley de Reforma Política, luego sometida a referéndum, en el que participará el 77,72% del censo electoral, del que el 94% de los participantes dieron su aprobación.
¿Y en qué se diferencia formalmente este referéndum de los otros celebrados durante el franquismo, como el de 1947, para aprobar la Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado, o el de 1967 para aprobar Ley Orgánica del Estado? Y, sin embargo, es esa Ley de Reforma Política la que permite la celebración de las elecciones generales del 15 de junio de 1977, donde obtuvo representación parlamentaria tanto el PSOE como el PCE.
3. El problema de España y los problemas de España.
Dice Zapatero:
«(...) hemos resuelto la mayoría de las dificultades que nos han acompañado a lo largo de la historia y ahora estamos en las mejores condiciones para responder exitosamente a los nuevos problemas, a los nuevos desafíos que tenemos por delante. Para hacerlo tenemos que evitar caer prisioneros del debate esencialista y volcarnos hacia los problemas que tenemos colectivamente, hacia las necesidades y aspiraciones de los ciudadanos.»
Y, en otro momento:
«Hace ahora algo más de ocho años, la Real Academia de la Historia promovió un ciclo de conferencias que luego editó en un extenso volumen bajo el título de «España. Reflexiones sobre el ser de España». Allí, por si había duda, se da cuenta de la permanente reflexión, casi agónica, sobre el significado histórico de España como idea, como creencia, como sentimiento. Es difícil creer que ese es el ambiente de la España de hoy.»
Hablar de «evitar caer prisioneros del debate esencialista» no deja de ser un truco sofístico de quien parte de una idea de España, por confusa y oscura que sea, pero no recurre a un método crítico, dialéctico, para defenderla. Un truco para no poner las cartas del todo boca arriba y defender una idea de España frente a otras. Por el contrario, defendiendo determinada idea de España, se escabulle del debate considerándolo como «esencialista».
La frase «Es difícil creer que ese es el ambiente de la España de hoy» es poco inteligible, pero parece que Zapatero está insinuando que en una situación en la que, como dice a continuación, el 70% de los españoles, según una encuesta del CIS, están «satisfechos con su nivel de vida personal», ¿a qué preguntarse por el «ser de España».
Pero, ¿no es el propio Zapatero el que titula su conferencia «una idea actual de España»? ¿no es, por tanto, él mismo el que se pregunta por el «ser de España»?
Él mismo ha dado su respuesta: l
a «esencia», la «sustancia», la «identidad» de España, residen en los 45 millones de seres humanos que la constituimos. Creemos que la única manera de entender esa contradicción entre hablar de esencia, sustancia e identidad de España, por un lado, y, por otro, considerar ese problema como una cuestión superada («propio de debates esencialistas»), es que Zapatero solo se atreve a defender su idea de España mediante la retórica.
Por eso, sofísticamente, pretende imponer mediante recursos propios de un sicofante una concepción de España que no se atreve siquiera a considerar las otras alternativas posibles, que son las que, sin entrar a discutir, y por tanto de forma fullera, descalifica como «esencialistas».
Zapatero desprecia el «problema de España» como «esencialista», y nos invita a resolver «los problemas que tenemos colectivamente, hacia las necesidades y aspiraciones de los ciudadanos». Desprecia el «problema de España» a favor de «los problemas de España», como si el primero fuera un debate puramente «teórico».
Sin embargo:
«(...) el «problema de España» planteado desde la perspectiva de un partido soberanista (o desde el de sus antagonistas), es tan práctico y tan técnico (sobre todo si ese partido utiliza el terrorismo como método de elección) como pueda ser un problema de contención de la inflacción.»{13}
Y
ese ejemplo de Gustavo Bueno es especialmente apropiado a la hora de analizar el discurso de Zapatero, cuyo propósito argumentativo principal es presentar el «nuevo ciclo de reforma estatutaria» como algo normal («consensuado», «constitucional»...), con la excepción del desacuerdo sobre Cataluña. Ese «nuevo ciclo estatuario» (con independencia de lo «consensuado» y «constitucional» que sea) es lo que el soberanismo vasco (que utiliza efectivamente el terrorismo) acaba de denominar «un segundo proceso de reforma en el Estado español», para, a continuación, afirmar que «podíamos interpretar que esa reforma traerá la resolución definitiva del conflicto entre Euskal Herria y el Estado español», es decir, la secesión de las Vascongadas y Navarra{14}.
Esa confianza en el «nuevo ciclo de reforma estatuaria» o «segundo proceso de reforma en el Estado español» une, en estos momentos, los planes y programas de José Luis Rodríguez Zapatero y del secesionismo vasco, encabezado por la ETA, impulsora imprescindible de la «excepción» de Cataluña.
Por otra parte, el «pragmatismo» de Zapatero, al rechazar, de modo sofístico, el problema de España (el «debate esencialista»), en favor de los problemas de España («y volcarnos hacia los problemas que tenemos colectivamente, hacia las necesidades y aspiraciones de los ciudadanos»), se sitúa plenamente en la línea de España, sin problema, en la línea, pues, de los tecnócratas del Opus Dei, de quienes la socialdemocracia española actual es, en muchos aspectos, fiel continuadora.
Notas
{1} Esto afirmó en una cadena de televisión, afín ideológicamente a Zapatero, en enero de 2006, entrevistado por el periodista Ignacio Gabilondo.
{2} Sin embargo, si, en plena apoteosis del «pensamiento Alicia», se ha pretendido conceder derechos a los simios, ¿por qué negar la condición de español a Miguelón.
{3} Así lo hizo Miguel Hernández en su poema «Llamo al Toro de España»; el mismo poeta que cantó a la «Madre España», poemas cuya lectura deberían hacer sonrojar a tantos cuyos reflejos simiescos les hace asociar el nombre de España (o su bandera) a la Plaza de Oriente.
{4} Gustavo Bueno, también «filósofo español», lo es, en cambio, por el potente sistema filosófico del que es autor principal y que nos permite criticar (clasificar, diagnosticar...) y triturar las deleznables simplezas del filósofo Zapatero.
{5} Pues en ese caso se trataría del modelo quinto, en el que la totalidad distributiva envolvente tiene una cierta definición.
{6} Gustavo Bueno, España frente a Europa, Alba Editorial, Barcelona 1999, pág. 51.
{7} Esta misma tesis ha sido formulada por muchos, entre otros, por ejemplo, por Don Claudio Sánchez Albornoz, quien en el pie de foto de unas ilustraciones de Altamira sabe apreciar «(...) las extraordinarias dotes pictóricas de los españoles del paleolítico superior (...)» (Claudio Sánchez Albornoz, España, un enigma histórico, Barcelona, Edhasa, 1977, pág. 33).
{8} Gustavo Bueno, «Sobre la educación para la ciudadanía democrática», El Catoblepas, nº 62, página 2.
{9} Gustavo Bueno, España frente a Europa, pág. 52..
{10} Gustavo Bueno, Zapatero y el pensamiento Alicia. Un presidente en el país de las maravillas, Temas de Hoy, Madrid 2006.
{11} Citado en la pág. 324 de Zapatero y el pensamiento Alicia, añadiendo Gustavo Bueno: «(...) como si alguien lo hubiera puesto en duda: ¿quién habría llamado gato o perro a Pi Margall para que éste se sintiese en la necesidad de reivindicar su condición de hombre?».
{12} Idem, pág. 335-336.
{13} Gustavo Bueno, España frente a Europa, pág. 26.
{14} Auto-entrevista de ETA en Gara, el día de la «Patria Vasca».
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