jueves, 6 de octubre de 2011

Álvaro Rodríguez Bereijo: «Se ha legislado mucho por impulso ideológico».

—¿Basta una modificación legislativa para cambiar la realidad?
—Desde luego que no. Los cambios legislativos, para que sean eficaces, deben responder a la realidad social. A menudo, los motivos ideológicos que los impulsan conducen a su ineficacia, con el agravante de que se degrada el valor de la ley como instrumento de ordenación social.

—Qué aspectos sociales se deben tener en cuenta al cambiar una ley?
Hay leyes bienintencionadas, imposibles de aplicar por insuficiencia de medios como la Ley de Dependencia, una ley voluntarista construida fuera de la realidad económica.

—¿La aparcada Ley de Igualdad de Trato sería otro ejemplo?
—Contiene muchas normas como las cuotas paritarias de representación, un tipo de leyes que, movidas por principios ideológicos, pero fuera de la realidad, devienen con el tiempo en ineficaces. Los hechos son muy tozudos y se resisten a cambiar por el simple voluntarismo ideológico del legislador. Es necesario adecuar los fines de la ley a la realidad social.

—¿Y la ley del aborto?.
—Es otro ejemplo muy polémico donde los avances científicos sobre el proceso de gestación del ser humano han sido muy significativos. Que una ley del aborto determine cuándo se entiende nacida la vida humana requiere de gran apoyo científico.

—¿La reforma del Estatut de Cataluña ha creado un problema importante donde antes no lo había?.
—Es una ley que no solo no cambia la realidad, sino que la estropea, ejemplo de aprendices de brujo metidos a legisladores. Ha creado un problema territorial y político de primera magnitud; ha hecho saltar por los aires el equilibrio del título VIII de la Constitución; ha herido, no sé si de forma irreversible, la autoridad y el prestigio del Tribunal Constitucional, y ha ocasionado un destrozo político que va a costar mucho tiempo reparar.

—¿Se ha abusado en los últimos años de legislar por motivos ideológicos?.
—En estos ocho años de Gobierno se ha incidido mucho en el vicio de legislar por impulsos ideológicos, sin tener en cuenta la realidad social, y sin calibrar las consecuencias que se derivan de los cambios legislativos, creyéndose que el legislador va a poder controlar el proceso que pone en marcha.

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