'MUTATIS MUTANDIS', bastantes de las cosas que estamos leyendo estos días se asemejan a las crónicas y los comentarios de 1898, el año en el que España perdía sus últimas colonias, una grave crisis económica agudizaba la miseria y el sistema político entraba en barrena tras el agotamiento del modelo de alternancia de Cánovas y Sagasta. Muchos intelectuales creían entonces que España se hundía irremisiblemente en el cieno de la Historia, lastrada por unas instituciones incapaces y por la imposibilidad de hacer frente al futuro.
Hoy los problemas son distintos, pero podríamos identificarnos con las lamentaciones de Unamuno, Ganivet, Valle-Inclán o Blasco Ibáñez. «Esto es una miseria, una completa miseria», escribía Unamuno para abominar de una España secuestrada por los duques, los canónigos y los barberos.
Ahora echamos la culpa a Zapatero, a los mercados y a Angela Merkel y en lugar de perder las colonias hemos perdido YPF, pero España sigue anclada en muchos de sus dilemas del pasado, sin poder dar una respuesta eficaz a la crisis económica y con una clase dirigente totalmente desprestigiada por la corrupción y la falta de ejemplaridad, empezando por el Jefe del Estado.
La prima de riesgo, el endeudamiento, el deterioro de la competitividad, la esclerosis de las instituciones, el despilfarro y la ausencia de liderazgo no son fenómenos que nos han caído del cielo como el granizo sino que se han ido gestando durante muchos años. Pero como la situación económica era buena y el nivel de vida se iba elevando, todos mirábamos para otro lado. Es lo que hemos hecho, por ejemplo, con la conducta del Rey y su familia.
Lo diré más claramente: los banqueros sólo se han preocupado de ganar dinero, los sindicatos de aumentar sus privilegios, los políticos de consolidar su poder, las televisiones de incrementar su audiencia y los artistas de seguir comiendo en el pesebre. Lo único que ha valido en los últimos años es el «ande yo caliente y ríase la gente» mientras eran ahogadas todas las voces críticas con el sistema y los intentos de regeneración de la vida política.
Nuestro pecado ha sido no tomarnos en serio las palabras, fingir que todo iba bien. Nos hemos llenado la boca de conceptos como democracia, participación y solidaridad, que se han ido deteriorando hasta no significar nada. Los partidos predican la transparencia, pero lo ocultan todo sobre su financiación y funcionamiento. Los gobernantes hablan de recortar el gasto en sanidad y educación, pero no tocan ni uno solo de sus privilegios. Los financieros pregonan la moderación salarial, pero ellos ganan en un día lo que un taxista en tres meses.
No todos compartimos la misma responsabilidad, pero todos vamos a pagar un alto precio por los errores cometidos. Se avecinan tiempos muy duros, pero nadie tiene derecho a quejarse porque nos hemos ganado a pulso colectivamente lo que está sucediendo. La culpa es nuestra y de nadie más.
¿Quién tiene que disculparse?
Tiene gracia que precisamente los socialistas sean los que más hayan alzado la voz para censurar las jornadas de cacería en Botsuana del Rey Juan Carlos. Socialistas nada menos que como Tomás Gómez, uno de los políticos más lamentables de España, que dejó endeudado hasta la quiebra al Ayuntamiento de Parla y que le ha hecho hacer al PSOE de Madrid su mayor ridículo electoral; este incapaz, menor donde los haya, ignorante y zafio y que desprestigia a la política con su presencia grotesca, resulta que se cree con derecho y autoridad para darle consejos y lecciones a un rey, al Rey Juan Carlos, artífice de la Transición, garante de la democracia y de la Constitución durante el golpe de Estado y durante los 36 años de su mandato, la era de estabilidad y de paz más larga que ha conocido España en toda su Historia.
Don Juan Carlos está en su perfecto derecho de irse a cazar donde le plazca sin tener que pedir permisos de ninguna clase, primero porque sólo el servicio da explicaciones y segundo porque entre sus obligaciones como Monarca no está la de hacer pública su agenda privada. Por mucho revuelo mediático que su viaje y su percance causen, ni ha infringido ninguna ley, ni ha faltado a ninguno de sus deberes ni su actividad ha perjudicado en modo alguno a ninguno de sus súbditos.
¿Qué decir en cambio del PSC, que le ha exigido al Rey que rectifique y que se disculpe? ¿Qué hoja de servicios puede presentar el PSC a cambio de tanta arrogancia? Fueron los artífices del tripartito, el peor Gobierno que ha tenido Cataluña contando incluso los años del tardofranquismo. Se cargaron la sanidad pública catalana con su funesta política del gratis total, hasta que arruinaron un sistema modélico que siempre antes había funcionado. Dejaron la escuela pública hecha unos zorros con su falta de estrategia y su relativismo atroz, y vaciaron las arcas de la Generalitat y le dejaron a Artur Mas una deuda diabólica.
Alfredo Pérez Rubalcaba ha dicho que comprende «perfectamente a quien es crítico con el viaje del Rey». Me pregunto si también comprende perfectamente a los millones de españoles a los que las penosas políticas de su Gobierno dejaron en el paro. Me pregunto si comprende a las víctimas de ETA que tan traicionadas se han sentido por sus patrañas.
¿Quién tiene que abdicar, quién tiene que disculparse?.
Especialmente llamativo resulta también que los periódicos monárquicos, en lugar de reaccionar con honor e inteligencia, defendiendo a la monarquía con argumentos de altura, hayan escurrido el bulto de un modo despreciable. El mismísimo conde de Godó, desde La Vanguardia, ha tratado este asunto de un modo huidizo, vergonzante y francamente alejado de la grandeza de España que le concedió el Rey hace unos años.
Se ha hablado estos días de la cantidad de enemigos y de hostilidad que últimamente se ha conreado la Casa Real. Pero a pesar de que ello es cierto, tal vez lo más dramático sea la poca calidad y las escasas cualidades de sus amigos. El Príncipe de Asturias tendría que reflexionar sobre ello y buscarse un entorno menos chaquetero y menos cutre para cuando acceda al trono.
El Rey Juan Carlos saldrá de ésta y tienen mucho más de lo que avergonzarse los socialistas que le exigen que se disculpe. La gran lección no es que la cacería haya sido inoportuna, sino que la monarquía es distancia, frialdad y poder simbólico, porque con la campechanía, al final, la turba, que nada comprende y todo lo banaliza, se cree con derecho a fiscalizarte la agenda privada, el bolso y la vida.
Pedro G. Guartango (El Mundo)
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